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La conquista asturiana del Himalaya: las canguesas Rosa Fernández y Azucena Collar coronan una cumbre virgen en la cordillera más alta de la Tierra

Las dos alpinistas alcanzaron un pico de 5.694 metros sin registros previos y lo bautizaron con nombre regional

Subida al Himalaya

Subida al Himalaya

María Rendueles

María Rendueles

Cangas del Narcea

Hubo un instante en el que el azul del fondo de la Cruz de la Victoria se confundió con el azul del cielo que cubre el Himalaya. A 5.694 metros de altitud, en un lugar remoto y sin huellas previas de ascenso, dos mujeres de Cangas del Narcea, Rosa Fernández y Azucena Collar, escribieron el 24 de septiembre una página inédita del alpinismo: conquistaron una montaña virgen que bautizaron como "la montaña de las asturianas".

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WhatsApp Image 2025 10 04 at 08.40.24 / LNE

No hay mapas que lo recojan ni crónicas que lo cuenten. Fue una cumbre anónima, en una cordillera donde apenas existen caminos y donde la aventura conserva su sentido más puro. Rosa y Azucena, acompañadas por el inglés Robin Walker –asturiano de adopción–, emprendieron el reto con una mezcla de experiencia, intuición y hambre de lo desconocido. “Es como trasladarte cuarenta años atrás en la montaña, sentirte pionero porque pisas lugares donde nadie ha estado antes”, explica Rosa, con una trayectoria que incluye el Everest y los grandes ochomiles.

Una cima sin nombre

El año pasado, Fernández ya había intentado alcanzar esta montaña junto a Isabel Argüelles, en una expedición de reconocimiento frustrada por los ríos desbordados por el deshielo. Aquel primer intento fue clave: permitió estudiar el terreno y planificar con detalle el regreso. “El trabajo de reconocimiento que hicimos Isabel y yo fue fundamental para poder culminar la ascensión este año”, señala Rosa, que también agradece el apoyo de Walker, “que desde el principio quiso acompañarnos en esta aventura”.

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya / LNE

Las dos expediciones fueron organizadas por la agencia Thin Air, cuya gerente es la propia Argüelles, pieza esencial en todo el proyecto. Esta vez, la elección del final del monzón resultó decisiva: menos agua, menos riesgo, más posibilidades.

El camino comenzó el 19 de septiembre. Tres días de aproximación, tres campamentos base levantados a casi cinco mil metros y la sensación constante de caminar hacia lo incierto. “Era un terreno muy duro, sin rutas marcadas, salvaje de verdad”, recuerda Azucena. Tras superar los ríos, llegó lo que más les impresionó: un glaciar interminable. “Era espectacular, kilómetros de hielo y montañas increíbles alrededor. Allí sentías de verdad lo remota que era la zona”, añade Rosa.

“Sabes que si ocurre algo estás completamente sola”

En un lugar donde no existen equipos de rescate y la autosuficiencia es vital, cada paso requería prudencia. “Sabes que si ocurre algo estás completamente sola. No hay margen de error”, explica Rosa.

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya / LNE

El último día, desde los 4.900 metros del campo avanzado, afrontaron un desnivel de casi 900 metros. Las canguesas subieron con crampones y piolets, en silencio y con respeto. El 24 de septiembre, el Himalaya se abrió para ellas. “Para mí fue todo nuevo, la primera vez en el Himalaya. La sensación al llegar arriba fue indescriptible”, dice Azucena.

Rosa completa el relato con emoción: “Fue muy especial. Llevábamos banderas de oración budistas, hicimos un pequeño altar de piedras y ofrendas a los dioses, colocamos la bandera de Asturias… Fue un momento emotivo, de esos que se te graban para siempre”.

De Cangas del Narcea al Himalaya

Las dos comparten origen, Cangas del Narcea, aunque sus vidas hayan tomado caminos distintos. Rosa dirige desde hace años el club ciclista y de montaña Una a Una, creado para promover la aventura femenina. Azucena reparte su tiempo entre Asturias y los Alpes, donde trabaja como guía de media montaña los veranos en Chamonix (Francia). El resto del año, en su pueblo, Xedré, su familia regenta una casa rural y un restaurante. “De pequeña lo que más me gustaba era salir con mi padre a la montaña. Nunca pensé que acabaría viviendo de esto”, confiesa.

Fue precisamente en el club de Rosa donde se conocieron hace más de una década, y desde entonces han compartido expediciones como el monte Ararat, en Turquía. La llamada de Rosa, tras la baja de Isabel, reactivó este nuevo reto. “Me dijo: ‘Tienes que venirte, necesito a alguien que no se eche atrás cuando haya que cruzar un río salvaje’. Y acepté sin pensarlo”, sonríe Azucena.

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya

Uno de los momentos durante la subida al Himalaya / LNE

Nuevos retos y el deseo de apoyo

El Himalaya les mostró también su dureza: la falta de comunicación, la lejanía de cualquier ayuda, la certeza de que un accidente allí podría ser definitivo. “Sabes que estás en el fin del mundo y que dependes solo de ti”, resume Rosa. Quizás por eso, la sensación de cima fue aún más intensa.

Lejos de cerrar una etapa, la experiencia ha abierto otras. Desde la montaña conquistada divisaron nuevos picos que ya imaginan escalar. Y con el club Una a Una preparan para el próximo verano una travesía en bicicleta por collados de más de 5.000 metros en la India. “Se nos quedan ganas de más. Pero necesitamos apoyos, porque todo esto cuesta mucho dinero. Ojalá podamos encontrar patrocinadores que nos permitan seguir soñando”, pide Azucena.

“Porque, como muchos otros, somos el ADN de Asturias”, añade Rosa.

El nombre oficial de la cima tardará, si es que llega, porque depende de las autoridades indias. Pero para ellas, y para Asturias, aquel pico ya tiene identidad: la montaña de las asturianas, la primera cumbre del Himalaya donde ondeó la bandera azul con la Cruz de la Victoria.

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