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Djuka se queda seco: El “Pichichi” y goleador del Sporting no tiró a puerta ante el Oviedo

Apareció con la mano vendada tras el descanso

Djuka frente a Femenias en el derbi. | Marcos León

Botas azul celeste Y cordones naranjas. Muñequera roja en el brazo izquierdo. “23” a la espalda y el mismo rostro desafiante de siempre. Todo en orden en el universo del “Pichichi”. “Toca ganar y me toca meter el gol”, anunció Uros Djurjevic días antes de que el balón echara a rodar en El Molinón, en el regreso del Oviedo a territorio rojiblanco. Si desde el verano estaba cumpliéndose la palabra del serbio-montenegrino, la de que éste iba a ser el año del Sporting, éste iba a ser también el suyo, lo del derbi era cuestión de creer en la profecía. La fe dio la espalda. Predicó en el desierto. No hubo triunfo, ni gol. Las estadísticas dicen que Djuka ni siquiera tiró a puerta. Ni fuera, ni dentro. Por ahí empezó a ganar el Oviedo.

Los que esperaban que el exceso de revoluciones volviera a jugar en contra de Djurdjevic, se equivocaron. Al menos, durante los primeros minutos. El delantero del Sporting entró al partido intenso en el juego, como siempre, y tranquilo cuando las disputas daban ocasión de esos segundos del cara a cara después de que pase el balón, a esos momentos de soltar o no la patada. Adrenalina controlada. Djuka tuvo opción al principio a mostrar esa vena suya, pero acabó dándose la mano con Femenías, también conciliador en su primer cruce con el rey del gol en Segundo. El feroz delantero domado por Gallego sólo torció el focico a la espera de hincar el diente con pelota de por medio. Apenas tuvo ocasión de lanzar dentellada.

Un autopase ante Arribas que terminó con Aitor García disparando al lateral de la portería azul invitaba a mantener la calma. Al menos, su gesto parecía decir algo parecido a: “Tranquilo, va bien la cosa”. Djuka, con pasos tan firmes como en las jornadas que le han situado como la mayor amenaza de las defensas de Segunda, no cambió el ritmo cuando el marcador se puso en contra. Gesto de rabia y misma intensidad en el desmarque, en los balones divididos. Aplauso generalizado de sus compañeros, dentro y en la grada, cuando se lanzaba al suelo a tapar los despejes carbayones. “¡Bien, Djuka!”, repetían. Fue el paso de los minutos y los duelos con Grippo y Arribas, sólidos en cada caída banda, los que empezaron a acelerar el pulso y el juego del delantero del Sporting.

Algo tenía que cambiar y algo cambió al descanso. Djurdjevic saltó al terreno de juego con vendaje rojo en la mano derecha, un añadido de color y material similar al de su muñeca izquierda. La segunda parte comenzó con el Sporting acercándose al área, y Djuka echándose las manos a la cabeza. Un gran balón de Pedro Díaz a la espalda de Lucas dejó a Bogdan solo para esperar desmarque y centrar a placer. El delantero rojiblanco se relamió. Movimiento a la altura del punto de penalti, sin oposición. El envío de su compañero, sin embargo, cogió diferente trayectoria. Pelota para el rival.

La cosa no marchaba bien y todo comenzaba a precipitarse. Los movimientos de Djuka lo delataban. Más presencia lejos del área, más ayudas en tres cuartos para intentar acercar la pelota a su hábitat natural. Hubo opción a poder llevarse alegrías, pero apareció uno de sus ogros. Arribas volvió a emerger para sacar un balón en boca de gol. Y después, envíos colgados al área para cabecear, la asignatura pendiente del delantero de los 21 goles, del hombre que más remata a portería de toda la categoría. No hubo manera. No le tocó al Sporting, una vez más. Tampoco le tocó marcar, esta vez, a un cabizbajo Djuka.

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