La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Así lo ven más allá de Pajares: un cartagenero en Oviedo y un charro en Gijón

Antonio Lorca y Pablo Palomo, periodistas de LA NUEVA ESPAÑA, muestran su visión sobre el derbi asturiano

Por la izquierda, Antonio Lorca y Pablo Palomo. | Luisma Murias

El Oviedo está en otro planeta

por Antonio Lorca

Descubrir lo que es el Real Oviedo para uno de Cartagena es similar a aterrizar en un planeta desconocido en el que habita una gente que no es como la que te rodeaba cuando eras niño. Mientras que allí en el colegio nos regalaban entradas para intentar engatusarnos y que nosotros hiciéramos lo propio con nuestros padres para que nos acompañaran al Cartagonova, en Asturias (no solo en Oviedo) las campañas para abonarse al equipo azul se iniciaban con la ilusión de alcanzar los 20.000 socios y la seguridad de superar ampliamente los 10.000. El resultado es que, mientras que al niño que salía asfixiado de un estadio prácticamente vacío tras tragarse un infumable Cartagena-Ontinyent ya le podían regalar todas las entradas del mundo que otra vez no le pillaban; aquí la gente, ya fueran niños, jóvenes, adultos o viejos, no solo no se perdían un partido, daba igual en qué categoría, sino que se pusieron manos a la obra cuando les dijeron que hacía falta una ampliación de capital y cubrir dos millones de euros para evitar la desaparición. Y lo más increíble de todo es que lo lograron.

Tuve el honor de cubrir a diario lo que fue capaz de conseguir esa heroica afición entre octubre y noviembre de 2012 y eso es algo que difícilmente se puede olvidar. Una película que tuvo un último giro de guion espectacular con la entrada de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo que se subía a una ola que había recorrido el mundo.

Lo vivido incluye también la complicada relación con el vecino que vivirá un nuevo episodio esta noche en el Carlos Tartiere. En ese 2012, el vecino miraba de reojo, con cara de superioridad, pero con el callado temor, en el fondo certeza, de que los de azul estaban volviendo, sabedores de que toda travesía tiene un final. Y en esas que el 9 de septiembre de 2017 un paisano mío se convirtió en protagonista de un momento que la afición del Oviedo vivió con entusiasmo. Toché había liderado al mejor Cartagena de la historia, el que más cerca estuvo de que el “Efesé” logrará el ascenso a Primera (nunca lo ha conseguido) y confieso que verlo ahí, en El Molinón, lograr el gol con el que se empató el derbi en el minuto 85 y besarse el brazalete de capitán fue una satisfacción por lo que suponía y porque lo había conseguido un héroe de mi Cartagena.

Si hablamos de los derbis, mejor huir de comparaciones. En los de allí apenas se hablaba de ello y lo más que transcendía era que cuatro con mucho alcohol en sangre se habían hecho daño después de tirarse piedras en un parking. Lo de aquí se vive día a día casi desde que se conoce la fecha, se sufre y, normalmente, tiene color azul.

La primera vez en Mareo

por Pablo Palomo

Jamás olvidaré la primera vez que pisé Mareo. Era septiembre de 2012 y me las ingenié para convencer a mi novia de entonces, que le gustaba el fútbol lo mismo que una conferencia sobre números primos, para pasar la única mañana de sol que pillamos de vacaciones en Asturias viendo un apasionante Sporting B-Salamanca. Ahora, cada vez que por necesidades del guion me toca cubrir la información del Sporting, no puedo por menos que acordarme de esa mañana.

Y no por el sablazo a mi cuenta corriente de estudiante por entonces de segundo de Periodismo que me costó la carrera en taxi desde el camping de El Rinconín hasta Leorio. Ni porque me dio por ir todo el día vestido con una camiseta granate de Primark medio desteñida porque tenía 19 años y creía que era hipster. Ni siquiera porque, sin tener plan de vuelta para regresar a Gijón, un tal Fructu y sus colegas aficionados de la UDS se ofrecieron a llevarnos en coche de nuevo a la ciudad y nos libraron de ir a pata hasta la estación de Alsa.

Me acuerdo porque el dinero de ese viaje en taxi fueron algunos de los euros mejor invertidos de mi vida. Porque después del partido, mientras esperábamos mi ex y yo por una pizza margarita a compartir entre los dos en el restaurante La Pérgola, creí que era prácticamente imposible que la UDS no subiera de nuevo a Segunda tras año y pico en la B.

Tengo tan mal ojo para hacerme esperanzas como para gestionar mi bolsillo porque ese equipo, mi equipo, desapareció unos pocos meses después. Como decía, no puedo por menos cada vez que me toca ir a poner la oreja a Mareo que acordarme de esa mañana soleada. Porque más o menos allí aprendí que de la ilusión no se puede comer, pero al menos te puedes alimentar, que dijo García Márquez.

Ahora llega otro derbi, otro Oviedo-Sporting, que llamamos el de la ilusión porque los periodistas tenemos la misión de contar lo de siempre como nunca. En mis cinco años en Asturias me parece que en realidad el derbi se juega todos los días y que siempre es de la ilusión. Porque el que gana fantasea con su Dunkerque, con su remontada milagrosa de nuevo hacia los años de gloria. Y porque los aficionados del equipo que pierden se quedan más tristes que un fan de “El Canto del Loco” por estas fechas porque se temen que nada vuelva a ser como antes.

Los derbis son siempre para ilusionarse. Lo dice un charrito que siguió una temporada de Unionistas en la que cada fin de semana jugaba un derbi contra equipos de barrio, empezó en la categoría más baja y ahora se ventila a históricos como el Dépor.

Compartir el artículo

stats