Siete empates a cero esta temporada es la tarjeta de visita con la que llega el Alavés al centenario Molinón, consecuencia del equilibrado bloque que ha conseguido Mauricio Pellegrino sobre el campo, sacrificando opciones de ataque en busca de minimizar los sustos defensivos. Está de moda el Glorioso por sus éxitos coperos que lo ponen a las puertas de una final de Copa del Rey, que sería la primera en sus 96 años de historia, y Vitoria vibra recordando aquella final de UEFA del 2001 en Dortmund. Pero no se pierde de vista la Liga y trae mucho peligro como visitante, con un Camarasa en excelente momento, y un balance en sus desplazamientos que iguala lo conseguido en casa.

Lo recibe un Sporting que sabe que de la historia no se vive, aunque en su libro de oro están escritas dos finales de Copa, dos, cayendo ante Real Madrid y Barcelona (ay, con Quini). Pero esa agua pasada no mueve molino, y menos Molinón, que va a precisar que por fin aparezca el equipo del salto de calidad reforzado con tres nuevas incorporaciones en la llamada ventana de invierno: dos llegadas desde el Principado galo y la tercera desde Bilbao, donde regresará sí o sí después de foguearse en Primera, mientras el prometedor Rachid si finalmente triunfa en Canarias, allá se quedará. La fiel hinchada rojiblanca parpadea ante este Sporting tan plurinacional que tal parece que da la espalda a Mareo (Juan Rodríguez ni viajó la semana pasada con las consecuencias sabidas), que aparca al capellán y que por cambiar cambia hasta los banquillos de emplazamiento. Será el signo de los tiempos o exigencias del marketing que reclama toques exóticos y venta de camisetas. Pero a estas alturas de temporada y cerrada esa ventana de invierno a más de uno le puede dar la impresión de que se experimenta con champán. Lógicamente, francés.