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Los azulgranas manejan los tiempos ante un rival desconcertado | Análisis

Marcos Palicio

La pausa del Barça

Sergio Busquets recibió el balón al borde de su área, de espaldas a la portería del Madrid, con Kroos taponando su retaguardia. El cinco del Barça se giró, paró, pensó y supo esperar el instante exacto para desactivar en un solo movimiento a casi todo el centro del campo del Madrid y dar a Rakitic espacio, tiempo y muchas pistas de lo que debía pasar a continuación. A Kovacic, demasiado celo el suyo en la tarea de vigilar a Messi, la vista se le fue hacia el argentino cuando el balón lo tenía su compatriota del Barça, así que Rakitic avanzó sin nadie a su paso, encontró a Sergi Roberto a su derecha y éste a Luis Suárez solo en el centro del área. Era el 0-1, que desatascó el partido y a los ocho minutos de la segunda parte terminó de desconcertar a un Madrid súbitamente disperso. La maniobra exquisita de Busquets, mucho más sutil que las que poco después volverían a encumbrar a Messi, ejemplifica por qué fue la pausa del Barça y la pericia para saber esperar el momento y escoger el ritmo lo que apuntilló el Clásico y casi la Liga, que ayer se le alejó al Madrid en el último partido del mejor año de su historia.

Era la hora de la siesta. Después de una primera parte más que estimable con posesión y ocasiones, con una patada al aire de Ronaldo, un cabezazo al palo de Benzema y un par de lucidas intervenciones de Ter Stegen, los blancos acababan de salir inexplicablemente somnolientos del receso. El Barça contemporizador de la mitad inicial, el equipo de ritmo hipotenso del primer tiempo acababa de oler la sangre y empezó a terminar con todas las incertidumbres diez minutos después del gol de Suárez, más o menos cuando quiso Messi. También el argentino escogió el sitio y el momento oportunos para saber cuándo habilitar a Suárez para generar en la misma jugada dos ocasiones de gol, un penalti que él mismo convirtió en el segundo tanto y la expulsión de Carvajal. Game over.

La televisión buscó entonces a Isco sentado en la segunda fila de asientos del banquillo del Madrid cuando ya muy poco parecía tener remedio para los blancos y Zinedine Zidane había tratado de aplicar con Nacho, Bale y Asensio la cura de urgencia para su maltrecho equipo disminuido. Quedará para el debate el cambio de planes que atrajo al once inicial a Kovacic en lugar de Isco y para siempre la imagen del croata mirando a Messi mientras era Rakitic quien avanzaba con el balón hacia el primer gol del Barcelona. La diferencia fue también el tino de la vanguardia azulgrana y el remate al aire de Ronaldo o el ya preocupante divorcio entre el gol y Karim Benzema.

Resulta, en todo caso, que el Clásico casi matinal de las vísperas de Nochebuena fue desde el descanso un solo de balón del Barcelona, pero también que, once contra once, el Barça sólo se gustó a lo bestia en el cuarto de hora largo que transcurrió entre la reanudación y el segundo gol y la expulsión. Suficiente. Un acelerón de medio partido fue de sobra para castigar el desacierto del Madrid punzante del primer tiempo y su galbana a partir del principio del segundo.

Era el mismo equipo que jugando con el tiempo, el ritmo, la clasificación y las urgencias del adversario tardó en la primera parte más de veinte minutos en asomarse a la portería de Navas, el que hizo de la falta de prisa un valor esencial, el que se enredó en el centro del campo en el primer acto y se rearmó tras el descanso para empujar hacia su área a un Madrid súbita e incomprensiblemente desganado. La expulsión les ayudó sobremanera y después, el arreón final de los blancos, la explosión encoraginada de todos los finales importantes del Bernabeu permitió terminar de emerger a la otra gran baza del Barça de ayer. Ter Stegen. La sombra del Madrid de los milagros tuvo arrestos para asustar hasta jugando con diez y hacer lucirse al portero azulgrana en embestidas sucesivas de Bale y Ramos. Pasó el peligro y Messi volvió a hacer al final lo que todo el Barcelona había hecho entre la primera y la segunda parte, cambiar de ritmo. Desarboló a Marcelo y sirvió a Aleix Vidal el tercero de la sobremesa en la que el Barça se regaló un golpe sobre la mesa.

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