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LNE FRANCISO GARCIA

El pollo de La Masía y el gallo de la quintana

Un equipo con el agua al cuello redujo a cenizas las opciones de ascenso directo del Sporting

El pollo de la Masía dejó cacareando y sin plumas al gallo de la quintana. Un equipo con el agua al cuello que acumulaba once jornadas sin ganar redujo a cenizas las opciones de ascenso directo del Sporting, que tendrá que esmerarse ahora en apuntalar su presencia en el play-off. Hasta en tres ocasiones se puso por delante el Barcelona B, de manera que los rojiblancos, romos, previsibles, sin profundidad, fueron a remolque todo el partido, para desesperanza de una grada que empieza a temerse lo peor.

En el momento más inoportuno, cuando los errores alcanzan un coste inasumible porque se agota el crédito para corregirlos, el Sporting muestra síntomas de fragilidad defensiva. Si la llegada de Baraja supuso, sobre todo, el apuntalamiento de la solidez, hace varias jornadas que esa fortaleza se resquebraja. Y lo que es más grave, por falta de atención y una sucesión de despistes inusuales en un equipo que había rodeado el perímetro de su área con una alambrada infranqueable.

Los centrales no anduvieron finos en el primer tanto que adelantó a los catalanes, por mediación de Aleñá, la joya más preciada de la cantera blaugrana, un jugador habilidoso y con escuela, de hechuras que se detectan a la legua. El que carga con el 10 en la camiseta visitante -número de peso en Can Barça desde las categorías inferiores hasta la atalaya del primer equipo- remató libre de marca desde el corazón del área un servicio lateral de Cucurella, cuyas subidas constituyeron un tormento para Carmona y Calavera.

Ya intuyó entonces la parroquia, -acababa de sobrepasarse el minuto diez de partido-, que le tarde barruntaba un incómodo remar contra corriente. Evidencia que se multiplicó cuando en el 35 una combinación rápida Aleñá-Nahuel-Cardona a la contra volvió a poner por delante al cuadro forastero, que se iba a la caseta en ventaja, obteniendo rédito máximo de sus acercamientos a Mariño, que también parece haber agotado su ración semanal de kriptonita. Como Sergio, frecuente ancla y salvavidas, que tuvo ayer su peor tarde cuando más falta hacía.

La reanudación mostró un Sporting más decidido, aunque fallón en el pase y en la salida del balón, que obtuvo sin embargo petróleo de un error en el saque del portero rival, empeñado en entregar el balón a los rojiblancos, gratis, en la medular. De esa pérdida llegó el cuero a Santos, que recortó y dejó sentado a su par antes de ajustar un disparo al palo, lejos del alcance del arquero. Un gol de bella factura, aunque menos que el de Rubén García, de un zurdazo inapelable en la primera mitad.

Así, cuando las manecillas apuntaban el minuto sesenta, comenzaba un partido nuevo de solo treinta minutos, la posibilidad de un arreón rojiblanco que permitiera sumar tres puntos vitales. Pero al contrario del guión previsto, quien se adueñó entonces de la escena fue un imberbe Barça B que tiró de aplomo para irse a por la victoria, como corresponden a los filiales noveles, que en cada campo tienen poco que perder y mucho que ganar, puesto que no les apremian las urgencias. En el 80 sobrevino la tragedia: un zapatazo de Nahuel limpió las telarañas de la portería defendida por Mariño y puso el 2-3 definitivo en el marcador, inamovible para un Sporting que había prescindido de Jony sorprendentemente cuando más necesario se antojaba su concurso. Los catalanes ganaron cuando decidieron dar un paso al frente y pasar del teatro de la pérdida de tiempo a las musas del talento.

Buscando el detalle positivo, habrá que consolarse con reconocer que la actual posición en la tabla, aún envidiable, la hubiéramos firmado hace unos meses, cuando Torrecilla, con la anuencia de Fernández, dio la boleta a Paco Herrera. O sea, que aún hay razones, y poderosas, para la esperanza, aunque no sea abriendo la puerta grande.

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