Uno no sabe si reír, llorar o coger las tijeras y partir el abono en dos. Pero no. No lograrán el que parece su objetivo: extenuar a una masa social incansable, el divorcio total del club con una hinchada que le juró amor eterno. En definitiva, tirar a la basura el activo más valioso que tienen. ¿O es que quizás para estos dirigentes la afición del Sporting no es el activo más valioso? Los hechos son tozudos y, uno tras otro, parecen contestar a esta pregunta con un rotundo no.

El último hito de la historia de ignominia que sufre el sportinguista va un paso más allá. Si podíamos creer, en un vago alarde de esperanza, que quienes rigen el club desde hace más de dos décadas no se podían superar a sí mismos con tan funesto historial a sus espaldas, es que éramos muy ilusos. Lo han hecho. Han pasado de arrastrar su escudo por el fango de la mediocridad y las frustraciones, incluso de rozar la fatal humillación de descenderlo al averno del fútbol amateur, a, directamente, atracar a sus abonados. A plena luz del día y con total descaro. ¿Acaso la casa de cristal es de papel? Ni siquiera eso. La destreza de los protagonistas de la serie de Netflix les queda muy grande.

Repasando los acontecimientos de los últimos días estaríamos más bien ante una película sobre las "hazañas" del Torete o el Vaquilla que ante un capítulo de "La casa de papel". Puro cine quinqui "made in" Mareo. Recapitulemos. Llega una terrible pandemia que vacía los estadios de espectadores. Tras meditarlo no poco, el club anuncia su medida para compensar los cinco partidos en casa que no podremos disfrutar los más de 20.000 leales que, con fidelidad y masoquismo a dosis iguales, nos hicimos abonados esta temporada. Nada de devoluciones: un descuento del 15% para la campaña que viene (del 20% si se renueva dos campañas), cuando el perjuicio sufrido por los socios es del 23,8%. Insultante. ¿El sportinguismo logrará algún día salir de su propia epidemia? Complicada respuesta

Pero la historia de esta última afrenta no se queda ahí. La cutrez siguió "in crescendo". Como podría prever en Mareo todo quisqui, desde el utillero del alevín C hasta las cabezas pensantes de los despachos, no hubo quien no se les echase encima ante semejante grosera propuesta. Entonces llega la respuesta del club: quien quiera recibir lo que por justicia le corresponde, que reclame, que "negociaremos" con él. ¡Qué bonhomía! ¡Qué ejemplo de generosidad! ¿Acaso quieren devolver la parte correspondiente de los abonos con las obras de arte que Hacienda no aceptó en su día? El ingenio siempre ha sido el punto fuerte de ¿nuestros? dirigentes...

Y con este burdo y tacaño regateo a los abonados se escribe otra página en la triste trayectoria de una sociedad anónima deportiva empeñada en que sus abonados se olviden de la historia, con mayúsculas, del Real Sporting de Gijón.

Porque eso es lo que nos piden: no recordar el pasado para no exigirles en el presente. Pero si nos despojan de nuestra historia, de nuestro escudo, de nuestros colores... ¿qué nos queda? Yo, sinceramente, prefiero soñar que algún día volverá al club la dignidad de la que, hoy por hoy, la afición es la única depositaria. Por eso, supongo, renovaré mi abono otra temporada más. Por el Sporting se cometen muchas gilipolleces...