La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Rico

FÚTBOL ES FÚTBOL

Antonio Rico

Estatuas, amapolas y abrevaderos

El fútbol no puede empeorar nuestras vidas

La vida es un juguete de la historia y siempre está sujeta al capricho del tiempo. Que se lo pregunten a esas estatuas de conquistadores, militares o políticos que terminan siendo derribadas con gran algarabía, pintarrajeadas con prisa, rotas con ruidoso odio o, quizás aún peor, olvidadas en un parque sin nadie que las quiera, conozca o desprecie. En Londres tienen que proteger la estatua de Winston Churchill de las pintadas de activistas antirracistas, en la estatua de Indro Montanelli en Milán ya no se lee "periodista", sino "racista y violador", estatuas de Cristóbal Colón son removidas (quizás a la espera de su "contextualización") a lo largo y ancho de los Estados Unidos, y estatuas de Thomas Jefferson y George Washington sufren en sus cuerpos de piedra el pasado esclavista de unos padres de la patria tan prisioneros de las circunstancias históricas que les tocó vivir como lo fueron los personajes de "Lo que el viento se llevó".

Ni siquiera las estatuas que rinden homenaje a grandes científicos como la que se levanta en memoria de Alexander Fleming en el parque Isabel la Católica de Gijón, la primera en el mundo, se libran de actos vandálicos por parte de idiotas que creen que no saber nada del descubridor de las propiedades antibacterianas de la penicilina les da permiso para dejar su ridícula huella o mostrar sus preferencias políticas. Así es la vida y así es la naturaleza humana. Así es la historia, que es capaz de reciclar sarcófagos romanos como abrevaderos en los establos del palacio de Medina Azahara. Y, sin embargo, ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la estatua de Manolo Preciado en las inmediaciones del estadio de El Molínón-Enrique Castro "Quini". En estos tiempos de silencio en las gradas, a los futboleros nos queda la conmovedora presencia de Manolo Preciado en bronce marino fundido y su inmortal frase: "Mañana saldrá el sol". O la estatua de Ladislao Kubala enfrente del Camp Nou. O, claro, la estatua de Bill Shankly en la entrada de Anfield, con la dedicatoria más grande que pueda ser pensada: "Él hizo feliz a la gente".

Aristóteles tenía muy claro lo que era la felicidad, pero la mayoría de los mortales no somos Aristóteles y andamos por la vida, como decía Séneca, disfrutando con momentos de felicidad como quien encuentra amapolas que florecieron en un campo en el que habíamos sembrado trigo. El fútbol es un campo de amapolas. Shankly hizo feliz a la gente. Y Kubala. Y Manolo Preciado. Por eso sus estatuas resistirán los golpes de la historia y las cagadas de palomas. En la maravillosa película "El fantasma y la señora Muir", el fantasma del capitán Gregg (un elegantísimo Rex Harrison) reconoce ante la señora Muir (una bellísima Gene Tierney) que ha vivido la vida y conocido muchas mujeres, pero nunca una mujer se hizo peor después de conocerle. ¿No es eso el fútbol o, al menos, debería serlo? Si intentamos cambiar el mundo, lo primero que debemos hacer es no empeorarlo. El fútbol no debe empeorar nuestras vidas, y un partido de fútbol nunca debe hacernos peores personas. Como diría Manolo Preciado, el día después de un partido de fútbol siempre sale el sol. El Liverpool de Bill Shankly, un comentario de Michael Robinson (¿para cuándo su estatua?), una jugada de Messi o un remate de Haaland, el tremendo delantero del Borussia Dortmund, hacen felices a la gente porque el Liverpool, los sabios y divertidos comentarios de Robinson, las jugadas de Messi y los remates de Haaland son como amapolas en un campo de trigo. Eso sí, cuando el fútbol pierde la humildad y aspira a ser una imponente estatua en memoria de un padre de la patria, un general con caballo o un descubridor de nuevos mundos, corre el riesgo de ser removido, cagado por las palomas, olvidado en un parque o reciclado en abrevadero en los establos de un palacio.

Compartir el artículo

stats