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Víctor Rivera

Confieso que he creído

El balance de una temporada que comenzó ilusionando al sportinguismo y que acabó en decepción

En estos tiempos de sabihondos del día después y de apóstoles del "ya te lo dije", yo confieso que he creído. Justo un año después de la presentación de Manu García, que disparó los niveles de esperanza, toca hacer balance de una de las mayores desilusiones que el Sporting me ha dado en los últimos años. Y mira que está alto el listón.

Estaba convencido del éxito de un proyecto que arrancaba con unas expectativas espléndidas. El regreso de Javi Fuego a un club del que fue desahuciado (conviene no olvidar sus lágrimas al ser invitado a irse para hacer hueco a veteranos de otras guerras) pero que siempre sintió como suyo; el importante desembolso para repatriar a Manu García, seguramente el mayor talento salido de la cantera de Mareo en muchos años; la llamada a filas de Borja López (es increíble que a estas alturas nadie haya explicado el ostracismo del único central zurdo de la plantilla) y la continuidad en el banquillo de José Alberto López, un técnico de la casa que se lo había ganado a pulso en el filial? fueron señales que me llevaron a renovar mi abono convencido de que este año sí.

Es cierto que veía algunas lagunas que se habían cronificado en la lista de tareas pendientes de Miguel Torrecilla (otro en el que también creí, soy así de ingenuo). La plantilla carecía de unas bandas de garantías. No recuerdo un extremo derecho en condiciones desde que Pablo Álvarez se fue al Deportivo y por la izquierda sigue volando el recuerdo de Jony. No me gustó, lo reconozco, que sólo hubiera tres centrales específicos en el plantel, aunque la llegada de Marc Valiente me entró por el ojo. Y tuve serias dudas acerca de si Álvaro sería capaz de solucionar los problemas con el gol. ¿Y los laterales? Pues ni fu, ni muchísimo menos fa.

Pero aún así, yo creí e incluso me pareció bien el traspaso de Dani Martín a cambio de cinco millones de euros, porque así venía Manu García. La portería quedaba bien cubierta con Mariño y Christian Joel, mientras esperamos por Javi Izquierdo, porterazo internacional al que se le ve venir desde cadetes. Por lo demás todo bien.

Y seguí creyendo cuando las cosas se pusieron feas y el equipo encadenó derrotas en Fuenlabrada y en casa ante el Alcorcón. Y creí a pesar de que nunca se ocupó plaza de promoción y de que la apuesta por Mareo fue mucho menor de lo que se nos había prometido. Ni siquiera perdí la fe cuando vi a Manu desplazado de su hábitat hacia la banda izquierda o a Pedro Díaz sentado en la grada. Manda narices lo ingenuo que fui.

Reconozco, eso sí, que me desanimé muchas veces. Cuando el Zamora, un equipo de Tercera, nos eliminó de la Copa y el equipo comenzó a precipitarse en la clasificación hasta coquetear con la zona baja. Pero luego, hacían un partido bueno y los demás eran tan malos, que volvía a creer.

Se fue José Alberto y vino Djukic, pero no noté gran cosa. Vi jugar a Pedro, eso sí, pero siguió la falta de ambición de un equipo que (sigo creyéndolo) tenía potencial para más. Por lo menos, para haber ganado el derbi de las miserias a la peor versión del Oviedo que se recuerda. Pero ganaron ellos y a partir de ahí, ya no pude creer en nada.

Ya quedó claro que no entiendo algunas ausencias en la alineación, pero tampoco varias presencias reiteradas, sin más mérito que su buen nombre y su trayectoria anterior. Y eché de menos algunos gestos, sobre todo al final: con todo ya perdido, qué costaba poner a Bertín, a Grajera, un poco más a Gaspar y hasta dejar a Christian Joel jugar un partido intrascendente como el que proclamó campeón al Huesca.

La temporada de la desilusión nos deja muy poco a lo que agarrarnos. Lo único bueno es que no se ha hecho el ridículo celebrando la permanencia más gris en años. Solo faltaba. Y aquí estamos de nuevo un año después, ilusionándonos como pardillos con las primeras decisiones que se van viendo de Javi Rico. ¿Qué quieren? Es el Sporting.

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