A una parte del sportinguismo, incluido a algún que otro elemento del vestuario rojiblanco, le sigue faltando algo a la hora de hacer las cuentas de los puntos que el Sporting debería llevar y los que tiene realmente, que no son pocos. Tranquilos, la culpa no es de las calculadoras; funcionan perfectamente. Tampoco es cuestión de impericia de los sujetos a la hora de sumar dos y dos. El problema, el guarismo que se escapa, vuelve a estar relacionado con los de (casi) siempre.
Los sospechosos habituales se han colado en el relato que Gallego y los suyos están escribiendo este año. Las quejas de unos y de otros han tenido el mismo efecto que recetar agua con limón para curar una enfermedad terminal. Queda el comodín de la zona abuhardillada, pero en el centro de mando no quieren saber nada; la apuesta por el perfil bajo ya es marca de la casa. Las barras bravas mixtas –las de traje y corbata por fuera, y de cabeza rapada y botas militares por dentro– quieren que haya pataleta pública contra los árbitros. Pueden sentarse, pedir un té, esperar, y seguir esperando.
Las barras bravas mixtas –las de traje y corbata por fuera, y de cabeza rapada y botas militares por dentro– quieren que haya pataleta pública contra los árbitros. Pueden sentarse, pedir un té, esperar, y seguir esperando; no la habrá
No habrá cabreo ni público, ni publicable. La doctrina imperante en la casina de cristal de Mareo es que levantar la voz contra cómo está funcionando y “desfuncionando” el VAR es contraproducente. Así que habrá que permitir a los estrategas que hagan su trabajo. Igual amenazan con dejar de saludar por los pasillos a Rubiales y a Velasco Carballo. Así fue cómo Torrecilla se enteró un día de que no iba a seguir en el Sporting... Y funcionó.