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La opinión sobre el derbi: Hora de ir al dentista

Ver un partido del Oviedo es como acudir al dentista: sabes que vas a sufrir. Por el juego –desde la etapa de Hierro en el banquillo es una constante– y por el resultado. El tópico del “no hay rival pequeño” se hace realidad cuando se es seguidor carbayón, no hay partido tranquilo. Es complicado ir con ilusión a la consulta del odontólogo, ubicada esta semana en Gijón, pero también es cierto que si algún campo puede arrancarnos una sonrisa ese es El Molinón. Ya ocurrió el año pasado, cuando un Oviedo muerto resucitó a la orilla del Piles, sellando media permanencia. Los precedentes contra el Sporting son buenos, pero no así los últimos partidos: Dos victorias en dieciséis encuentros, los siete últimos sin conocer el triunfo. El Oviedo debe aspirar a algo más que no caerse, dejar de ser un equipo mediocre, de alma cándida y espíritu escaso, que sale a verlas venir hasta que le dan el primer tortazo y queda en desventaja. El derbi es el momento de demostrarlo, de salir a morder y recuperar algunas de las virtudes que el equipo tuvo, o que al menos se le intuyeron en una fase de la temporada: el juego por banda con Nieto, el uno contra uno de Borja, los demarques hacia dentro sembrando caos de Sangalli, el buen juego de espaldas de Leschuk, el dinamismo de Nahuel. Ziganda tiene por delante una difícil tarea: devolver la alegría a un grupo de jugadores que está dejando de creer en el peor momento. Al menos esta jornada la afición estará a tope con ellos. Ilusionados porque vuelve la hora de ir al dentista.

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