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Lino Gómez Feito rinde homenaje al maestro de karate desparecido: Se lo debo, se lo debemos

El mayor de mis reconocimientos a Hiromichi Kohata, maestro de maestros

Hiromichi Kohata LNE

El maestro Kohata, mi maestro y el de tantos, nunca fue una persona que buscase protagonismo. Todo lo contrario, siempre que un atisbo de publicidad pudiera centrarse en su persona daba un paso atrás. Estoy convencido de que estas letras que junto para hablar de él no le van hacer ni pizca de gracia, pero es de ley. Se lo debo, se lo debemos.

Hiromichi Kohata era un maestro de los pies a la cabeza, aunque él insistía en que era “simplemente artesano del karate, no un maestro”. Quizá esa percepción que tenía de sí mismo solo la pueda tener un verdadero maestro.

Era un hombre sencillo, de honor, leal, que no entendía de traiciones, aunque creo que las ha sufrido. Pero con su sabiduría lo veía todo como caminos que cada cual debía escoger, aunque no fuesen paralelos al suyo. Si querías entrenar siempre tenía las puertas del dojo de par en par. La historia que cada uno cargase en su mochila a él no le importaba. Su pensamiento fue siempre que el karate tenía que unir, nunca separar a sus practicantes.

Vivió alejado de los círculos federativos, a pesar de que Benjamín Rodríguez Cabañas (expresidente de la FAK) hizo todo lo posible por integrarlo en todas las actividades, pero ese mundo maquiavélico no le interesaba lo más mínimo.

Puedo afirmar que tuve pocos iconos a los que admirase en mi camino. Si tuve alguno, el primero fue Kohata. Seguramente aquella etapa de novicio adolescente tuvo mucho que ver. En sus clases transmitía la esencia del kárate. Yo nunca volví a sentir tan intensamente después la magia de aquellos años. Bajo su atenta mirada repetíamos, una y otra vez, cada movimiento. Nunca acababa de estar bien, las sesiones eran agotadoras. Él nos enseñó a relacionar el esfuerzo con el logro y que perder es ganar si aprendes de la derrota. A su sombra crecieron campeones de España, árbitros mundiales, seleccionadores nacionales… Y jamás se llevó ni un ápice de la rácana gloria que otros portamos.

Kohata fue mi maestro y siempre siempre será mi maestro. Hasta hace bien poco seguía dándonos lecciones, cada quince días, desde su silla de ruedas, dictando una clase magistral para quienes tuvieron la capacidad de entenderla. Así era, maestro de maestros. Gracias, Sensei. ¡¡Buen viaje!!!

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