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Antonio Rico

Al oro

Antonio Rico

La opinión sobre los Juegos Olímpicos: Simón el Mago hace surf

Ya están aquí, con un año de retraso, los Juegos Olímpicos de Tokio. Hoy empiezan unos Juegos rarísimos sin público en las gradas, sin contactos “innecesarios”, sin paseos y con camas de cartón que no soportan “movimientos bruscos” con las que se pretende evitar las relaciones sexuales. Los Juegos de las cuarentenas, los test de antígenos de saliva, los controles de temperatura, las mamparas de protección, las burbujas y las mascarillas. Los Juegos en los que las dos palabras más hermosas no serán “te quiero” ni, como dice Woody Allen, “es benigno”, sino “PCR negativa”.

También los Juegos del surf, que nos harán ver desde una nueva perspectiva la secuencia de “Apocalypse Now” en la que el capitán Willard intenta explicar al teniente coronel Kilgore que no es un buen momento para hacer surf y Kilgore se limita a decir que le sobran huevos para hacer surf aquí. Los Juegos en que los atletas y técnicos serán invitados, con exquisita amabilidad japonesa, a abandonar el país después de ser eliminados, con lo que no podrán aprovechar el tiempo para buscar en la noche de Tokio las huellas de Bill Murray y Scarlett Johansson en “Lost in Translation”. Los Juegos que tendrán un ambiente olímpico en las calles de Tokio parecido al de Pionyang el Día del Orgullo Gay. Los Juegos que los japoneses miran con la misma cara con la que un filósofo escéptico habría mirado a Simón el Mago justo antes de intentar volar para demostrar su condición divina ante el emperador Nerón. Los Juegos que despiertan tanta ilusión en los aficionados al deporte como la lectura de “Las penas del joven Werther” de Goethe en un joven con el corazón roto.

La variante delta del coronavirus pretende que los Juegos de la XXXII Olimpiada se oculten como lo hacen los dioses, los unicornios o Cristiano Ronaldo de vacaciones en Mykonos, pero no lo conseguirá. Veremos la antorcha olímpica y la bandera griega entrar en el Estadio Olímpico de Tokio y nos olvidaremos de las gradas vacías, las mascarillas y las camas de cartón para asistir a proezas más rápidas, más altas y más fuertes de las que soñó Simón el Mago. Y un atleta enjuto como un eremita y sudoroso como un taxista ateniense en un taxi sin aire acondicionado entrará el último día en el estadio y las penas del joven Werther se esfumarán en homenaje a la capacidad del ser humano para convertir una carrera en una metáfora. Nos sobran huevos para hacer surf aquí. Si las olas lo permiten, claro.

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