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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Templo de Jano, atardeceres de Turner

El VAR llegó al mundo del fútbol con su fría tecnología como Moisés bajó del monte Sinaí con los Mandamientos calentitos escritos en dos tablas de piedra. Yo soy el VAR, tu dios, y no tendrás otros dioses ajenos delante de mí. No tomarás el nombre del VAR en vano. Y así. Pero las tablas del VAR no son tan claras como las tablas de la ley, y el pueblo futbolero empieza a añorar los viejos tiempos en los que se adoraba al becerro de oro de la humanidad arbitral para entender lo incomprensible. ¿Qué nos ha traído el VAR? Penaltis que, como el gato de Schrödinger, están simultáneamente vivos y muertos, son y no son, pueden pitarse o no pitarse, son indiscutibles y discutidísimos. Fueras de juego que invalidan una jugada porque el codo izquierdo del delantero estaba un milímetro por delante del dedo gordo del pie derecho del defensa. Tarjetas rojas que aparecen como conejos en la chistera de un mago porque desde el punto de vista de Dios cualquier entrada puede merecer una tarjeta roja. El VAR iba a traer la paz al fútbol. Vaya estafa.

En el Foro de Roma había un templo consagrado al dios Jano que solo cerraba sus puertas en tiempos de paz. El historiador Suetonio cuenta que con el fin de las guerras civiles y la victoria sobre cántabros y astures, el emperador Augusto fue al templo de Jano y cerró su puertas, que llevaban años abiertas, y con esa ceremonia tan potente daba comienzo a lo que se llamó “Pax Augusta”. Paz romana. El fin de las guerras. Estabilidad y prosperidad. Con la llegada del VAR, los emperadores del fútbol cerraron las puertas del templo de Jano porque las guerras civiles dejaron de tener sentido y se habían aplastado los últimos reductos del romanticismo futbolero. Paz del VAR. El fin de las guerras provocadas por penaltis “discutibles”, delanteros “en línea” que invalidaban un fuera de juego y tarjetas rojas que se quedaban en amarillas porque el ojo del árbitro, a diferencia del ojo de Dios, no puede verlo todo.

¿Paz romana? Que se lo digan a los futbolistas del Villarreal cuando ven que una mano de Piqué dentro del área no es mano. ¿El fin de las guerras? Que se lo digan a los aficionados que han dejado de celebrar los goles de sus equipos hasta que los hombres de negro del VAR comprueban que el codo no estaba un milímetro por delante de la rodilla. ¿Estabilidad? Que se lo digan a los futbolistas que tienen que acostumbrarse a que sus intenciones se midan movimiento a movimiento. ¿Prosperidad? Que se lo digan al fútbol cuando Skynet lidere al ejército de las máquinas y el fútbol a la medida del hombre sea solo un recuerdo de un pasado muy lejano.

El dichoso VAR, el glamur antiproletario de tantos futbolistas, los fichajes y los sueldos extravagantemente millonarios, los estadios con nombre rarísimos, las camisetas con publicidad incomprensible, el intento de construir nuevas y feas ceremonias que recuperen el aura del fútbol, la apisonadora sin alma de la Liga de Campeones y otros horrores han convertido al fútbol, de forma paradójica, en un espectáculo grandioso tan impresionante como el imperio romano que en tiempos del emperador Trajano tenía un pie en el océano Atlántico y otro pie en el río Tigris. Pero el esplendor del fútbol moderno, como los espectaculares atardeceres de los cuadros de William Turner, es resultado de partículas que llenan la atmósfera y reflejan la luz del sol. La erupción del volcán Tambora en 1815 provocó un año sin verano y una atmósfera que favoreció la dispersión de la luz. La erupción del fútbol de pago, de los derechos televisivos, de los mega ricos caprichosos y de los estados con dinero para derrochar a manos llenas provocan fútbol sin verano y una atmósfera que favorece la dispersión de la luz futbolera. Las erupciones explican los atardeceres de Turner y el hipnótico brillo del fútbol. El VAR no es el instrumento de la Pax romana ni un hermoso atardecer en un partido sin errores arbitrales ni disputas entre aficionados. Las puertas del templo de Jano están cerradas, pero el VAR está abierto. Vaya estafa, amigo Augusto.

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