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Antonio Rico

La opinión sobre el fútbol moderno: Vespasiano y los tres monos sabios

Odio el Wanda Metropolitano. Odio el Visit Mallorca Stadi. Odio el Reale Arena. También odio el Emirates Stadium. Y el Etihad Stadium. Y el King Power Stadium. Y el Red Bull Arena

Un partido entre el Manchester City y el Manchester United

Dicen que el Barça megasuperarruinado de Laporta aspira a fichar a Haaland, el delantero centro de moda, si consigue reunir el dinero que exige un tal Mino Raiola, representante (o algo así) del futbolista noruego. El Barça también necesita dinero para su “Espai Barça”, y para pagar a sus muy bien pagados futbolistas, y para hacer frente a los finiquitos de los entrenadores que llegaron al Camp Nou, vieron y no vencieron lo suficiente. Dinero. El Barça necesita mucho dinero.

El Real Madrid de Florentino que quiere fichar a Mbappé y que ha tirado el Bernabéu por la ventana para construir un nuevo Bernabéu también necesita mucho dinero. Y el Atlético de Madrid que no renuncia a ser califa en lugar del califa. Y el Valencia. Y el Sevilla. ¿Qué equipo no necesita muchísimo dinero para fichar, pagar, construir o estar en la carrera para disputar la Liga de Campeones a equipos como el Paris Saint-Germain o el Manchester City? Es el fútbol moderno, amigos.

Los viejos aficionados que vamos al estadio con la bufanda de nuestros equipos y comprobamos que las equipaciones modernas rechinan tanto como ver a Gandhi con un Colt 45 no sabemos mucho de ingeniería financiera, pero sí intuimos que algo huele mal cuando en los palcos de los estadios se habla de negocios y nos intentan convencer de que pagar millonadas escandalosas a los Messi o Dembélé no tiene nada de malo como no tendría nada de malo pagar un sueldo a los estudiantes por sacar buenas notas o a los hijos por sacar la basura y pasar la aspiradora los domingos por la mañana. Uf.

Hay que sacar dinero con la publicidad en las camisetas, en el pantalón, en la ropa de entrenamiento, en el chándal de paseo y, por qué no, en el corte de pelo. Dinero con el nombre del estadio, con la entrada a los museos futboleros, con los derechos de televisión por la retransmisión de los partidos a horas ridículas, con el “merchandising”, con financiaciones bancarias que se venden como si fueran regalos, con más patrocinios, con nuevas competiciones que abren camino a más y más partidos. Cada futbolero cascarrabias y fuera de época tendrá sus propios odios. Yo odio los nuevos nombres de los estadios de fútbol.

Odio el Wanda Metropolitano. Odio el Visit Mallorca Stadi. Odio el Reale Arena. También odio el Emirates Stadium. Y el Etihad Stadium. Y el King Power Stadium. Y el Red Bull Arena. Pero tengo la batalla perdida porque los que están al mando de la deriva futbolística no suelen saber mucha historia, pero hay historias que sí se saben muy bien porque sus asesores, o sus CEO, o sus abogados, o sus publicistas se las susurran al oído una y otra vez como si fueran Grima Lengua de Serpiente en la corte del rey Théoden.

El dinero no huele. Cuando Tito le reprochó a su padre, el emperador Vespasiano, que cobrara un impuesto por utilizar los servicios públicos, Vespasiano le puso bajo las narices el dinero procedente de la recaudación del impuesto y le preguntó si olía mal. Tito reconoció que no, que el dinero no olía mal a pesar de venir de la orina.

El dinero, en efecto, no huele. No importa que el dinero venga de un impuesto sobre el uso de los servicios públicos o de vender al mejor postor el nombre de un estadio, no importa que venga de la orina o de la publicidad de Wanda Group. No huele aunque nos lo pongan debajo de nuestras narices o de nuestros asientos en los estadios. A los futboleros, a diferencia de a los tres monos sabios, se nos permite ver, oír y hablar, pero no podemos oler. El fútbol moderno no huele. Viva Vespasiano.

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