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Toni Fidalgo

Paco y Alfredo, por Toni Fidalgo

Di Stéfano siempre lo llamaba Paco y Gento siempre se dirigía a él por Alfredo. En el campo y en el Chiquifrú, la barra de cañas y tertulia que los blancos tuvieron durante muchos años frente al estadio antes de entrar o salir de la “fábrica” merengue en los días de entrenamiento, costumbre que alargaron muchos años después, hasta bien entrados los setenta. Paco y Alfredo compartieron una larga relación en la delantera de aquel Real Madrid de ensueño, el de las cinco copas de Europa, que luego los funcionarios de la UEFA rebautizaron como Champions League. Cinco seguidas, de una tacada, como esa manita de cinco dedos que algunas veces enseña el impertinente Piqué. Mas que un récord o una hazaña, un milagro que jamás se volverá a repetir, y al que Gento puso, además, la guinda de la sexta con aquel equipo “ye-ye”.

Paco y Alfredo

Alfredo y Paco llegaron al Real Madrid en el 53 del pasado siglo. El primero como figura rutilante, el segundo como un prometedor aprendiz. Un novato torpe y precipitado que causaba enfado en la grada, se dejaba el balón atrás y se trompicaba, y al que Bernabeu estaba a punto de devolver al Racing de Santander. Pero intervino el ojo futbolístico del argentino. “Che, dejáme al pibe, que tiene condiciones”. Y para que aprendiera, cambiaron de sitio a Rial, que le medía los tiempos, le atemperaba los nervios y le ponía el pelotón donde sabía que aquel galgo podía llegar. Y así Paco Gento se convirtió en el más rápido de su generación, en el dueño de la banda izquierda y en una descomunal fuerza de la naturaleza que Matías Prats, el abuelo, bautizó como “La Galerna del Cantábrico”.

En la delantera de aquel mítico Real Madrid algunos aparecían y desaparecían con relativa rapidez (Joseíto, Kopa, Canario, Del Sol, Ruiz, Mársal, “Fifirichi” Mateos, Rial o el ilustre Pancho Puskas). Pero Paco y Alfredo fueron eternos y sin sustitución, una sociedad o un matrimonio deportivo indestructible. Uno el maestro. El otro el mejor colaborador, el que cumplía con todos los encargos y embajadas, siempre con una relación complementaria y de mutuo reconocimiento, incluso de cuitas y secretos. Porque al final el montañés llegó a dominar la carrera, la frenada y un durísimo disparo y constituirse en reserva de combustible cuando las fuerzas del equipo menguaban.

Citaré también un asunto casi inconfesable y durante muchos años tapado. En aquellos tiempos de vestuario abierto a los “plumillas” voló, tras un partido, una toalla mojada que dio en la cara del reputado periodista Antonio Valencia, que luego sería director de “Marca”, único y poderoso medio deportivo de la época. La broma de Gento la tomó Valencia como una afrenta y Di Stéfano la hizo suya para “tapar” al chaval. Desde ese día el periodista nunca volvió a citar a Alfredo en sus crónicas, al que se refería como “el nueve” o el delantero centro. Pasados muchos años, ya retirados, Di Stéfano le confesó a Raimundo Saporta, entonces vicepresidente, que el incidente lo había propiciado Gento. Ambos, en alguna cena, nos confesaron la versión real de la pesada broma.

Con Paco Gento -de los grandes solo queda José Emilio Santamaría, con 92 años, aunque viven también Canario y Ruiz- se nos va el hombre de los récords en trofeos y durante muchos años también en partidos jugados. El representante de una generación perdida y hallada en la historia deportiva de la casa blanca. También una protagonista y una referencia del litúrgico Inglaterra-Resto del Mundo, que conmemoró en el viejo Wembley el centenario de esta divina locura que es el fútbol.

De su Cantabria natal guardaba la estampa de montañés. Nunca fue un estilista ni un prototipo de gimnasio, ni un posturitas de los que ahora abundan. Como el rayo que truena se mostraba como una extraordinaria fuerza de la naturaleza en el estadio y como un hombre tímido y reservado fuera de las canchas. En ellas solo vio dos tarjetas. Una en Bilbao –lo contaba él con gracia- por mandar a “tomar por el culo al árbitro” y otra en Atocha. También, en algún escarceo como entrenador, lo expulsaron 6 partidos por zancadillear el colegiado, siendo técnico del Palencia. Paseaba por Madrid con un impresionante Mercedes que llenaba de decibelios la Castellana y con el que sufrió un desagradable y lamentable incidente. Y raramente apareció en las revistas del corazón. Resultaba siempre difícil para la prensa. Y llevó casi con disgusto la presidencia de honor del Real. Se nos fue marchando en los últimos años con discreción, dentro de familia, entre nietos y lentos paseos con su perro.

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