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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Letrinas, esponjas y el remedio contra el estreñimiento

Los estadios de fútbol, como los retretes en la antigua Roma, son lugares sociales, espacios de charla, de intercambio de opiniones, de encuentro con desconocidos y de desencuentro con conocidos. Por eso el exceso de fútbol televisado mata el fútbol en su lugar natural como Netflix acaba con el cine en su caverna originaria. Y por eso considerar que un aficionado que lleva en la grada la camiseta del equipo rival es un provocador no es más que un insulto al fútbol, a los estadios de fútbol, a la discusión futbolera y al concepto de “hincha”. Emilio del Río dice en su divertidísimo ensayo “Latín Lovers” que las letrinas romanas eran un espacio de conversación porque mientras estás ahí, uno al lado del otro, algo tendrás que decir. Pues eso. En el fútbol, mientras estás ahí antes de que empiece el partido, en el descanso o en las (¡ay!) interminables interrupciones, algo habrá que decir al compañero de asiento o al tipo de la fila de atrás que insiste en pregonar que tal o cual futbolista es malísimo. En los estadios se habla de fútbol, claro, pero también de política, de salud, de cotilleos varios, de la familia, de la factura del super, de la guerra de Ucrania y hasta de ese miserable que llamó tontos a unos cuantos millones de españoles a costa de la tarifa regulada de la luz.

El escritor romano Plinio el Viejo (siglo I) decía que las pirámides de Egipto eran superfluas y las construcciones de los griegos inútiles, mientras que los acueductos romanos eran necesarios y útiles. Bueno. La pirámide de Keops no era en absoluto superflua y el Partenón de Atenas estaba muy lejos de ser inútil, pero es cierto que el agua era un asunto mayor para los romanos. Entre otras cosas, para las letrinas. Lo que hoy hacemos en la intimidad más íntima los romanos lo hacían en grupo, viéndose unos a otros (como sucede hoy, por cierto, en muchos urinarios para hombres). ¿Malos olores? No tanto. Por debajo de los bancos de piedra corridos con unos agujeros en la parte superior donde apoyar el trasero, había una corriente de agua proporcionada por los necesarios y útiles acueductos que se llevaba las deposiciones. Los estadios de fútbol son como las letrinas romanas, pero con palabras en vez de excrementos. Palabras que, después del partido, no se lleva el agua, sino el viento. Y así debe ser. Los lugares de encuentro social en los que se habla de todo, aunque en especial se hable mucho (y en voz muy alta) de fútbol, son tan necesarios para el alma como las letrinas lo son para el cuerpo. Y el alma necesita aire tanto como el cuerpo necesita agua.

¿Saben cómo se limpiaban los romanos después de hacer sus necesidades en las letrinas públicas? Con un palo que tenía una esponja en uno de sus extremos. ¿La misma esponja para todos? Pues… sí. Antes y después de cada uso, el usuario limpiaba la esponja en un canal por el que corría el agua, y luego se lavaba las manos en una fuente que estaba también en la letrina. Con todo mi respeto, creo que deberíamos considerar el resultado de un partido de fútbol como algo muy parecido al palo con esponja de los romanos. El resultado es el mismo para todos, y todos deberíamos limpiarnos el trasero con las victorias, los empates o las derrotas de nuestros equipos porque lo importante de un partido de fútbol es evacuar y pasar el rato charlando con los aficionados.

Un consejo, antes de abandonar la letrina. Si tienen algún amigo que todavía cree que el fútbol es superfluo como una pirámide egipcia o inútil como una estatua griega, invítenle a ver un partido sentado en la grada. Puede que, al principio, no entienda nada y desprecie el agua y el aire del estadio, pero entonces habrá que recordarle el consejo atribuido a Tales de Mileto que todavía podemos leer en los muros de una letrina en Ostia Antica: “Tales recomienda a los estreñidos que hagan fuerza”. Lo dijo uno de los siete sabios de Grecia.

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