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Jesús Martínez Salvador

Corazón y cabeza

A cuánto asciende la inversión y quién la asume son dos preguntas básicas para saber si estamos dedicando el tiempo a analizar una opción real o un sueño con la sede de El Molinón para el Mundial

Se cumplen en este 2022 cuatro décadas desde que nuestra ciudad y por ende nuestro estadio de El Molinón fueron una de las sedes del Mundial de fútbol que en 1982 se celebró en España. Este evento, es, junto a los Juegos Olímpicos, el acontecimiento deportivo más seguido en todo el mundo. Por tanto, es indudable que acoger una fase mundialista es muy beneficioso para la imagen y para la economía de un territorio. Mucho más hoy, además, que hace cuarenta años.

Esta reflexión, bastante sencilla, no es suficiente para evaluar qué nivel de esfuerzo económico (presente y futuro) debe asumir una ciudad como Gijón para ser sede de uno de los grupos de la fase final del Mundial que España y Portugal están intentando captar para 2030. Los requisitos solicitados por la Federación y el comité organizador son exigentes, siendo el más complejo de todos ellos el que marca un mínimo de aforo de 40.000 personas. Cifra a la que nuestro El Molinón-Enrique Castro "Quini" no llega por aproximadamente 10.000 butacas. Hay que recordar que nuestro estadio, el más antiguo de España, fue remodelado de manera integral hace tan solo diez años y supuso una inversión de 37 millones de euros. No es, por tanto, un inmueble que esté pidiendo a gritos ser demolido.

Si queremos hacer las cosas bien y con un planteamiento responsable, lo primero que debería encargar el gobierno local, al ser el estadio propiedad de todos los gijoneses, es un estudio económico riguroso que cuantifique el coste de ampliar el aforo de El Molinón y de paso, actualizarlo al resto de requisitos. Difundir las recreaciones de un estudio de arquitectura sobre la hipotética construcción de un nuevo estadio a 100 metros del actual puede alimentar la ilusión de la afición sportinguista, la mejor de España, que no está acostumbrada a recibir buenas noticias precisamente, pero no es un paso que contribuya por sí solo a hacerlo realidad.

A cuánto asciende la inversión y quién la asume son dos preguntas básicas para saber si estamos dedicando el tiempo a analizar una opción real o solo un sueño. Porque el Ayuntamiento no puede hipotecar su futuro por acoger unos partidos de un Mundial. Tampoco sabemos en qué situación quedarían los actuales concesionarios de los bajos, que tienen derecho de explotación hasta 2050. Ni si vamos a necesitar 40.000 butacas una vez acabe el Mundial.

Ojalá que sí las necesitemos, pero para ello el único camino que existe es trabajar de la mejor manera posible en lo deportivo. Que la Escuela de Fútbol de Mareo se potencie y que sea una catapulta de futbolistas que nutran al primer equipo, para devolverlo a la máxima categoría lo más pronto posible y nos logremos consolidar en ella. Estamos seguros de que la nueva propiedad y sus gestores tienen ese objetivo marcado como prioritario.

Acoger el Mundial, como decía al principio, es incuestionable que es beneficioso y hay que intentarlo hasta el final. Pero no solo con el corazón, también con la cabeza. Y con toda la información.

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