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Rafa Quirós

La opinión de Rafa Quirós sobre Qatar: Mundial macanudo

Las bolsas de petrodólares, Luis Enrique "streamer" y los graznidos de gol

El Mundial de la vergüenza, llama Amnistía Internacional a Qatar 22, y lo bautiza con doce años de retraso. Corría 2010 cuando la plana mayor de la FIFA –con el indescriptible Joseph Blatter al mando, aunque él jura que los sobornos los llevaba Platini– se tiraba de cabeza a un pozo negro en medio del desierto, a retozar entre bolsas de petrodólares. Doce años tardaron en aflorar quejas y reparos a tan controvertida adjudicación de sede: en las pancartas de los hinchas alemanes, en las llamadas del Foreign Office a la templanza de sus borrachos sin fronteras y en las camisetas con mensaje de la selección danesa, prohibidas por la autoridad futbolística porque el lema "Derechos humanos para todos" es un mensaje político, ya se sabe. Como el "Gracias por todo, Llaneza" podría incitar al odio y la violencia.

Francés como Platini, como Sarkozy corrupto y el escuadrón entero de aviones de combate que le colocaron al emirato del Golfo (en su doble acepción), es Eric Cantona, largamente adelantado a Ibai Llanos en declararse objetor del Mundial, a falta de la mili. El viejo ídolo de Old Trafford ya anunciaba el pasado enero que del torneo que ahora empieza no verá ningún partido, pues han muerto miles trabajando como esclavos en los estadios en obras. Cantona es a Qatar 22 lo que Paul Breitner fue a Argentina 78: contrarios ambos a celebrar grandes eventos deportivos en colaboración con oscuros regímenes políticos, parcos en libertades o que directamente apestan. Hace medio siglo, la FIFA todavía adjudicaba sus mundiales a potencias balompédicas, pero si en el plazo entre adjudicación y celebración mediaba algún golpe de Estado, con gente desapareciendo a mansalva, el torneo se disputaba como si nada. Sin Breitner, que era alemán pero maoísta, y con asesinos en serie presidiendo en los palcos, con Havelange al lado mirando que no salpicara mucho y Menotti tan ufano, levantando el mazacote de la copa del Mundo entre sospechas de pucherazo y tapándose la nariz.

El suizo de turno al frente de la FIFA cree hoy que la guerra en Ucrania debería parar durante la disputa del Mundial 22. Luego si eso, que sigan. Un exfutbolista qatarí que ejerce de embajador externo promociona aires de apertura en su país definiendo la homosexualidad como un "daño en la mente". Las primeras crónicas de ambiente desde Qatar refieren un interesante toma y daca entre lo que allí dicta la sharía, que es la ley islámica, y lo que paga Budweiser, que es patrocinador oficial. El vídeo de entusiastas aficionados (argentinos, daneses, brasileños, españoles…) que rula estos días por redes y telediarios, parecía un canto al fair play, pero resultó ser un "fake" (antes mentira). Los indicios apuntan que se avecina un Campeonato del Mundo de fútbol con todo postizo, incluidos los hinchas.

Los mundiales fueron referencia en nuestras vidas, o al menos una excusa para cambiar de televisor. Entre el Vanguard con cuernos y la SmartTV UHD 4K desfilaron Pelé y su legendario gol que en realidad no metió porque la echó fuera, los chispeantes cambios de ritmo de Cruyff, el fabuloso cuarteto Sócrates-Cerezo-Falçao-Zico, Sandro Pertini botando de risa en el Bernabéu, un eslalon supergigante del Barrilete Cósmico, Ronaldo Nazario, único y verdadero; el iniestazo galvanizando España sobre un fondo de vuvuzelas… Alicientes no faltaron ni en Rusia, donde tampoco tenía que haber sido el Mundial, pero bien que disimulamos. Allí donde Florentino le birló a Rubiales un seleccionador por el método del descuido, y en los mercados de fichajes pasó a regir la cotización del kilo de fornido centrocampista francés.

Creíamos que un Mundial de fútbol de cartón piedra, en noviembre y en el desierto, interfiriendo las grandes ligas, el Black Friday, las cenas de empresa y las colas de Doña Manolita no lo calentaría ni Medina Cantalejo manejando el VAR, con su amplio repertorio de llamadas a revisar penaltitos. Temíamos que el lamentable escamoteo del modo "sonido ambiente" en la tecla de selección de audios nos abocaría de nuevo al tormento de escuchar a la tropa de narradores, –los de la tele versus los de la radio–, disputándose quién grazna más desaforadamente "golgolgollll". Citius, altius, fortius. Que ya dice Hostelería local que quién va a sentarse en una terraza con televisión a ver el Qatar-Ecuador con los graznidos a cero.

Fue entonces cuando Luis Enrique se hizo "streamer". No había acabado Emilio Pérez de Rozas de contar ausencias clamorosas en la lista de 26, ni Sergio Ramos de postear sus grandes sueños incumplidos, ni el ala integrista del merenguismo de decidirse entre Brasil o Argentina, como en su día fue Portugal, cuando el seleccionador español se anunciaba como comentarista inside. Por entregas. Partido a partido. La FIFA gastando pasta en llevar "influencers" al Golfo (menos Ibai, que no va), a eso que llaman crear contenidos y que Rodrigo Fáez inventó hace tiempo, poniendo el listón por las nubes, y va Lucho y se coloca por sorpresa al frente del show, con una promo oscura y austera, de escenografía a lo Zelenski.

Pasaría a la historia de la comunicación audiovisual un directo de Luis Enrique desde Doha para el mundo, inmediatamente después de ganar España la final. A Brasil, por penaltis, con Casemiro tirando el último al segundo anfiteatro. Despacharía el mister campeón la conferencia de prensa pos partido respondiendo preguntas como pimientos de Padrón; saldría zumbando para el hotel, se pondría una camiseta vintage del Sporting y conectado a la nube revelaría que tras el Mundial macanudo, el futuro será una encrucijada: continuar hasta la Eurocopa, hacerse otra vez los Dolomitas en bici o emplearse a fondo en la refundación del Xeitosa.

Terminado el último recuento de ausencias clamorosas entre los 26 campeones del mundo, y entrevistado en exclusiva el aficionado qatarí que se quedó con el balón de Casemiro en el segundo anfiteatro, Pedrerol cerraría "El Chiringuito" para fundar la Escuela Superior de Creadores de Contenidos. Con medidor de decibelios en el laboratorio de prácticas, para puntuar graznidos de gol.

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