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Antonio Rico

Stendhal en Qatar

El escritor francés Stendhal entró en 1817 en la basílica di Santa Croce de Florencia y le dio un no sé qué, un qué sé yo, un algo indescifrable. ¿Demasiado calor? ¿Demasiado frío? ¿Demasiados paseos por Florencia? ¿Demasiado sueño acumulado? ¿O quizás una sobredosis de belleza? Si hay que elegir una explicación, elijamos la más romántica. Elijamos la belleza. Hoy hablamos de "síndrome de Stendhal" cuando la exposición a obras de arte especialmente bellas produce palpitaciones, vértigo, confusión y un no sé qué, un qué sé yo, un algo indescifrable. Sin embargo, como observa Miguel Ángel Cajigal en "Otra historia del arte", una aguda reflexión sobre el arte que plantea preguntas como qué pasa si no me gustan "Las meninas" o no entiendo un cuadro de Pîcasso, aunque la medicina ha buscado respuestas a ese supuesto síndrome, solo ha obtenido conjeturas y una sospecha: parece que solamente los turistas lo padecen, mientras que la gente local que pasa todos los días por delante de la Santa Croce de Florencia o la Acrópolis de Atenas no tiene problemas para mantener la verticalidad y nunca sufre palpitaciones.

Si Stendhal sufrió palpitaciones en la Santa Croce, no veo por qué un aficionado al fútbol no pudo sufrir también palpitaciones, vértigo y confusión en el partido España-Costa Rica del Mundial de Qatar. La selección de Luis Enrique jugó un partido extraordinario, Pedri, Busquets, Asensio y compañía pintaron bellas jugadas y Gavi, por citar solo a uno, marcó un gol que podría producir una borrachera estética en los aficionados. No sé si se podrá hablar de "síndrome de Stendhal" en un Mundial de fútbol, ni si es descabellado comparar a Arnolfo di Cambio, el maestro de obras en la Santa Croce, con Luis Enrique, el maestro de obras de la selección española. Lo que sí sé es que solo los turistas, es decir, los espectadores del partido España-Costa Rica, pudimos sentirnos como Stendhal en la Santa Croce y permitirnos alguna que otra palpitación porque los futbolistas de la selección española no sintieron nada, ni una palpitación de más, ni un pequeño vértigo, ni la más mínima confusión. España jugó un partido impecable, serio, sin distracciones ni colapsos estéticos ante su propio juego, como si los futbolistas fueran florentinos que pasan delante de la Santa Croce para ir al trabajo o atenienses que tienen delante la Acrópolis mientras esperan el autobús.

Las selecciones de Argentina y Alemania sufrieron un síndrome de Stendhal antes de tiempo, y saudíes y japoneses les despertaron de su vértigo estético a golpe de coraje y goles. Lo mejor de la victoria de España fue que nuestros futbolistas se comportaron con florentinos y atenienses, y no como turistas en Florencia o en Atenas. Es un buen comienzo. El síndrome de Stendhal futbolístico solo se sufre desde el sofá.

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