Opinión | En territorio comanche

La opinión sobre el Oviedo y el Sporting: El arte del ramoneo y de saber jugar a nada

Sobre el papel del Sporting y el Oviedo esta jornada

Los jugadores del Oviedo, desolados, tras encajar uno de los cuatro goles en el Martínez Valero

Los jugadores del Oviedo, desolados, tras encajar uno de los cuatro goles en el Martínez Valero / Área 11

Nueva jornada en la que el Sporting se marcha a casa con la sensación de haber dejado volar otra victoria a domicilio. Ya le ocurrió en Tenerife y en Albacete. Ahora ha volado de Riazor, donde los rojiblancos despacharon un partido más que aceptable. Algunos dirán que así se puede empatar y hasta perder. Pero cuando llegue la hora de hacer las sumas y mirar la clasificación cuando valga de verdad y el asunto ya no tenga arreglo igual se echan mucho de menos esos puntos. Si los expertos en esto del "fúrgol" nos martillean con que lo que marca las famosas diferencias está en el arte de dominar las legendarias áreas, tampoco estaría mal controlar la suerte del ramoneo, la de saber parar el ritmo, el juego y lo que haga falta. Hacer bueno aquello que decía algún sabio de que cuando interesa en los diez últimos minutos no tiene que pasar nada.

Visto lo visto hasta ahora, los de Albés se muestran muy cómodos cuando logran que los partidos se vuelvan una carrera de ida y vuelta, pero son incapaces de congelar el tiempo cuando les conviene. Pero ya se sabe que en la vida no se puede tener todo, y menos en una categoría donde o se opta por jugar a no encajar o se da un paso al frente para morir matando. Y encima, si no hay uno que las meta, pues no queda otra que intentarlo y seguir intentándolo. Albés dice que si los de arriba fueran resolutivos al cien por cien estarían jugando en la Roma, cambiando al equipo italiano por el famoso Bayer Leverkusen de Preciado, y que un delantero que marque diferencias cuesta una pasta que no tiene el Sporting.

Mientras, en la otra orilla del Potomac, penalti en contra nada más empezar el partido ante el Elche. Tiempo para apretar los dientes y rezar. Al final, tocados, que no hundidos. Aunque siempre nos quedará el arte del ramoneo, ¿oyisti, güey?

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents