Opinión | Fútbol es fútbol

Sonrisas sin cartel, la cabeza de Flick y la cara del hombre invisible

La sonrisa de la Mona Lisa.

¿Por qué todos los jugones sonríen igual?, se preguntaba el gran e irrepetible Andrés Montes cuando narraba los partidos de la NBA (eso era antes de que los partidos de la NBA se convirtieran en concursos de triples). Y es cierto. ¿Por qué todos los jugones, desde Nico Williams a Pedri pasando por Álex Baena, Aitana Bonmatí o Bryan Zaragoza, sonríen igual? Es una sonrisa indescifrable, misteriosa, más hacia dentro que hacia fuera, sutil y ligera. Es la sonrisa de Pedri después de filtrar un pase que llega a su destino con la elegancia con la que el Orient Express llega a una estación, o la sonrisa de Bryan Zaragoza cuando encara a los defensas sabiendo que se los va a comer con patatas y regates. La sonrisa de los jugones se tiene o no se tiene.

Y Vinícius Jr., aunque lo intenta, no la tiene. La sonrisa de Vinícius parece que siempre es contra alguien o contra algo, y los espectadores sabemos contra quién o contra qué se ríe Vinícius en cada momento. El director Stanley Kubrick decía que explicar el final de "2001: una Odisea del espacio" sería como si Leonardo da Vinci hubiese escrito al pie de la "Mona Lisa" que la señora sonríe porque esconde un secreto de su amante. Eso hubiese encadenado a los espectadores a la realidad, y la sonrisa de la Mona Lisa perdería todo el misterio. Vinícius Jr. juega siempre como si llevara un cartel que explica el motivo de su sonrisa. No hay misterio. No hay magia. Vinícius es solo un gran jugador, no un jugón.

Zeus y Tolkien.

A diferencia de la diosa Atenea, que nació de la cabeza de Zeus completamente adulta y armada o de la mitología de "El Señor de los Anillos", una creación de un solo hombre, J. R. R. Tolkien, que hizo una labor que está reservada a una tribu o a una nación, los equipos de fútbol no suelen nacer completamente hechos de la cabeza de sus entrenadores. Qué va. Diego Cocca fue destituido como entrenador del Real Valladolid porque en dos meses no pudo sacar de su cabeza a un equipo completamente adulto y armado ni una mitología perfectamente estructurada. Tiempo… el suficiente, pedía el replicante Roy en "Blade Runner". En fútbol no hay tiempo, pero tampoco abundan los entrenadores que, como Zeus o Tolkien, son capaces de parir diosas o mitologías a partir de sus ideas. Sin embargo, Hansi Flick parece que lo ha conseguido. Este Barça que mezcla jovencísimos talentos con experimentados especialistas y, sobre todo, que ha parido a un nuevo y abrasador Raphinha ha surgido de la cabeza de Flick como Atenea y "El Señor de los Anillos" surgieron de la cabeza de Zeus y de J. R. R. Tolkien. Y, de momento, este Barça adulto, armado y bien provisto de mitología puede hasta con equipos como la UD Las Palmas, todo un dolor para la cabeza de Flick.

Olas y olés.

Odio con todas mis fuerzas la ola en los estadios. Odio la ola casi tanto como los "olés" coreados por la afición local cuando su equipo gana con una diferencia de goles tranquilizadora y decide humillar a los futbolistas rivales jaleando cada pasecito de sus jugadores. La dichosa ola es invasiva, anticlimática, ombliguista y enemiga de lo que sucede en el terreno de juego. Los pesadísimos olés son irrespetuosos, antifutboleros, arrogantes e innecesariamente hirientes.

Creo que el deber de los aficionados en los estadios es estar siempre presentes, pero invisibles. Algo parecido a Claude Rains cuando interpretó a Jack Griffin en "El hombre invisible" obteniendo un enorme éxito y fama, aunque como interpretaba a un hombre invisible apenas se le veía. Por supuesto que los aficionados tenemos que animar a nuestros equipos, pero sin perder de vista que los verdaderos protagonistas son los futbolistas. Cuando hacen la ola, los aficionados dejan de ser invisibles y, además, están más pendientes de sí mismos que del juego. Cuando corean los "olés", los aficionados se hacen dolorosamente visibles y, además, obligan de alguna manera a los futbolistas de sus equipos a seguir dando pasecitos sin chicha porque nadie quiere ser el que ponga fin a los "olés" por culpa de un mal pase. Al final de "El hombre invisible" vemos por fin la cara de Claude Rains. Al final del partido, los futbolistas ven las caras de sus aficionados cuando saludan desde el centro del campo, y en ese momento lo que era presente se hace también visible. Con la ola y los olés, es el fútbol el que se convierte en invisible.

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