Opinión

Goles antiguos con el volumen a cero

En mayo de 1981, en el mismísimo Bernabéu, Abel sacó el repertorio más versátil de delantero realizador

En mayo de 1981, en el mismísimo Bernabéu, Abel Díez Tejerina sacó el repertorio más versátil de delantero realizador, le metió tres al Real Madrid y lo echó de la Copa del Rey con la naturalidad del funcionario forrado de trienios sellando un trámite rutinario. Tres meses y pico antes, en febrero, aquel ariete de ocasión con el que Vicente Miera se iba apañando ante la ausencia de Quini y la interminable lesión de Gomes firmaba dos de los cuatro goles que el Madrid se llevó de El Molinón en la Liga, una tarde para el recuerdo de Ferrero y compañía.

Tan mal acostumbrada tenía el Sporting a su propia parroquia hace cuarenta y tantos años, que aquel insólito doblete en Liga y Copa ante el campeón de ambas en ejercicio –hasta entonces y después, su recurrente bestia negra (blanca)– lo festejó la hinchada rojiblanca con un grado de contención próximo al refalfiu; hermosa palabra de la lengua asturiana, precisa, tan expresiva y difícil de traducir. Con el término "hat- trick" muy lejos aún de ser importado por eruditos y charlatanes, para adornar titulares de portada, el Gijón futbolero se limitó a añadirle un sufijo extranjero a Abel para realzar a su goleador revelación: el leonés discreto y antihéroe, en racha anotadora, pasó a ser Abeloski. Mucho presumir de cantera, de fútbol base y de flamante Mareo, pero nunca nos creímos del todo que partiendo de Boñar y con escala en Avilés se pudiera llegar a enmudecer los anfiteatros de Chamartín con un repertorio goleador de delantero, cuando menos búlgaro.

En 1981 todavía se veía fútbol en diferido en la calle, frente a las tiendas de electrodomésticos. Los narradores de televisión eran parcos y precisos, reacios todos a castigar tímpanos ajenos a base de verborrea y exponerse a la afonía propia graznando "golgolgolgoool" durante 40 interminables segundos, en modo plusmarca de resistencia. En el escaparate de Discoteca, en la calle San Bernardo semiesquina a Los Patos, un televisor "Vanguard" con cuernos y el volumen a cero repetía a media tarde del día siguiente al del señalado 2-3 el segundo gol de los que Abeloski le endosara a domicilio la víspera al campeón de Liga y Copa, flamante subcampeón de Europa. Ningún graznido violentó a espectadores ocasionales arremolinados en la acera tras el cristal; boquiabiertos algunos o con los ojos como platos, contemplando la inolvidable secuencia: Joaquín entrando por la derecha con Camacho resoplando colgado de su sombra, aquel centro de delineante sobrevolando el área pequeña hacia el segundo palo (que todavía no era el largo porque el largo era el larguero) y la cabeza de Abel dos palmos por encima de la de Sabido, dejando al portero Agustín con el molde.

Recitaba Natalie Wood al final de aquel monumento de Elia Kazan a la nostalgia melancólica que "aunque ya nada pueda devolvernos el esplendor en la hierba, no debemos afligirnos, porque la belleza perdura en el recuerdo". n

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