Opinión

Plazas públicas, gatos encerrados y caderas contra lo imposible

Barça en la plaza pública.

No hay prohibición más deprimente que la de prohibir jugar a la pelota en una plaza pública. Si de mí dependiera, pondría en todas las plazas otro tipo de cartel: "Es obligatorio jugar a la pelota". Con pelota grande o pequeña, formando equipos o todos contra todos, metiendo la pelota en una portería o en una canasta, pasando la pelota por encima de una cuerda o golpeándola contra una pared. Lo que sea. Vale todo, aunque yo prefiero los partidillos de fútbol con dos equipos formados con los viejos y sabios códigos que garantizan equilibrio. Los dos mejores nunca juegan en el mismo equipo. Los porteros se van turnando, a no ser que alguien esté dispuesto a quedarse con el puesto fijo en la portería porque le gusta o porque tiene rodilleras. El dueño de la pelota es como el rey, aparenta mucho pero no manda nada. Las faltas se deciden por consenso y por la vía rápida. No hay tiempo reglamentario: el partido termina cuando termine. El resultado final es importantísimo exactamente durante cinco segundos. Jugar en equipo está bien, pero las aventuras individuales en busca del gol son bien recibidas…

Como espectador habitual de partidos de niños (y niñas) en las plazas públicas, debo decir que se palpa un cambio de tendencia en los gustos futbolísticos de nuestros jóvenes. No hace falta fijarse en las camisetas, es decir, si hay mayoría de camisetas del Real Madrid, del Barça, del Athletic Club o del Liverpool. Basta con los gestos. La semana pasada, en un partidillo en la plaza de la República, en el barrio de El Coto de Gijón, pude comprobar dos cosas que ya había percibido en otros partidos: el incremento de los pases con el exterior del pie (vengan o no vengan a cuento) y la obsesión por tocarse el pelo encima de la frente. Es decir, la influencia que Lamine Yamal ejerce sobre los niños está inclinando la balanza futbolera a favor del Barça. No es que las camisetas de Lamine Yamal estén por todas partes (las camisetas de fútbol son absurdamente caras), sino que los gestos técnicos y estéticos de Lamine Yamal ya son parte de los partidillos en las plazas. Estamos en la edad de oro de los pases con el exterior del pie. Que ese pase sea efectivo en una plaza con dos equipos formados por un montón de niños que no paran de correr, ya es otra cuestión. No hace falta que nos digan cuántas camisetas vende el Real Madrid o el Barça. Basta con ver cómo pasan los niños la pelota y cómo se tocan el pelo. El Barça ha vuelto a la plaza.

El gato de Dembélé.

Parece que esta temporada es la temporada de Dembélé, el delantero del Paris Saint-Germain que marcó el gol de la victoria de su equipo en el partido de ida de la semifinal de la Liga de Campeones frente al Arsenal. Dembélé marcó con la derecha, creo. El problema que los rivales tienen con Dembélé es el mismo que tiene el gato que protagoniza el famoso experimento mental propuesto por Schrödinger que ilustra el problema de la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica. Si introducimos un gato en una caja con una ampolla de gas tóxico que se puede romper en cualquier momento, debemos considerar que el gato está al mismo tiempo vivo y muerto hasta que abramos la caja y lo comprobemos. Mientras la jugada está en la caja, Dembélé es a la vez diestro y zurdo, de modo que solo abriendo la caja (cuando la jugada ya está abierta a los ojos de los rivales y de los espectadores) comprobamos si Dembélé es zurdo o diestro. Pero en ese momento ya es demasiado tarde porque Dembélé ya ha regateado al defensa o ya ha rematado dejando a un buen portero como David Raya con cara de científico cuántico perplejo. Dembélé es a la vez diestro y zurdo, pero también está a la vez sano y lesionado. Ahí está su fuerza y su fragilidad. Para los aficionados, abrir la caja de Dembélé siempre es emocionante.

Pelvis y cadera.

Sea en la materia que sea, decía Honoré de Balzac, siempre se cree en algo. Yo creo que Flick ha conseguido que el Barça crea que es posible no perder un partido contra el Inter que se puso imposible y que es probable ganar un partido contra el Real Valladolid, un equipo ya descendido, que se puso improbable. El Barça de Xavi había dejado de creer tanto en lo imposible como lo improbable, y se limitaba a creer que esto es lo que hay, es decir, que lo que no puede ser no puede ser y, además es imposible o muy improbable. Vaya semanita le espera al Barça, después de jugar un horrible partido en Valladolid que solo pudo ganar porque no dejó de creer. Inter y Real Madrid separan al Barça de la final de la Liga de Campeones y del campeonato de Liga. El Barça tiene a favor esa inercia de los campeones que es indistinguible de la creencia en que lo imposible y lo improbable pueden ser derrotados por un movimiento de cadera de Lamine Yamal. Del mismo modo que el rock and roll siempre fue mucho más que la pelvis de Elvis Presley, este Barça es mucho más que la cadera de Lamine Yamal. Cierto. Pero en algo hay que creer… n

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