Opinión

Datos, fotos y sensaciones: la mirada de Rafa Quirós al Sporting

El verano será largo, con otro goteo de entradas reemplazando a salidas en tropel y muchas incógnitas por despejar

"Nos falta gol", viene clamando el sportinguismo toda la temporada sin reparar en los números. Ahora que el fútbol también se empacha de datos y recurre a sus expertos analistas, un vistazo a la clasificación de Segunda revela que la diferencia de goles a favor y en contra en el casillero del Sporting es igual a cero. Algo nos querrá decir, no ya el Big Data sino la aritmética elemental, cuando a falta de dos jornadas de Liga y con la permanencia ya certificada pero en diferido, el supuesto equipo sin gol lleva anotados 52, uno menos que el Oviedo y el Elche, aspirantes ambos al ascenso por la vía directa. Son 12 goles marcados más que el Málaga o el Eibar. Los 52 recibidos que equilibran la balanza rojiblanca suman 9 más que los del Burgos o el Huesca, 10 más que el Málaga, 11 más que el Oviedo y 18 más que el Elche.

"No tuvimos defensa" sería por tanto la conclusión más afinada en el balance de esta campaña decepcionante, marcada por el desplome del equipo ante el desencanto de la afición y el desconcierto del club. No tardó en cerciorarse el entorno, el mediático incluido, de que el relevo en el banquillo llegaba con mes y medio de retraso, pero la temporada toca a su fin sin que los analistas, humanos o cibernéticos, hayan deducido que de tanto escrutar a Caicedo, compararlo con Djuka, torcer el gesto y refugiarse en Dubasin, nos hemos olvidado de pasar lista a la retaguardia.

El partido del sábado en La Rosaleda ofreció un resumen panorámico del ejercicio. Entre Guille Rosas y Juan Otero fabricaron un gol de los de antes, que no se ven ahora con la moda vigente de centros laterales que apuntan al segundo palo pero el balón acaba en el tercero, donde el banderín de córner, o el rematador los cabecea sin saber apuntar. En cosa de 25 minutos se pincharía el globo en dos reveses de la suerte (empate del Málaga con un taconazo como de Romario y unos centímetros de fuera de juego despojando a Pablo García del 1-2); hasta que a Diego Sánchez —requerido por Garitano para una de esas ruedas de cambios que son como explosiones demográficas de defensas— le tocó retratarse en la rueda del desbarajuste: esa zaga tras la que Rubén Yáñez, pese a participar de algún fundido puntual de plomos, iluminó el camino hacia la permanencia como una linterna a pilas en medio del apagón.

El verano será largo, puede que melancólico, con otro goteo de entradas en el vestuario reemplazando a las salidas en tropel y muchas incógnitas por despejar. La versión más afinada de Otero o un Gaspar convenciéndose al fin a sí mismo repuntan en el cierre del ejercicio, todo lo contrario que los Nachos. De Méndez nadie repara en el talento que con cuentagotas pero sin discusión despliega cuando se asoma a la frontal del área rival, lo mismo en modo asistente o ejecutor, y lo que el luanquín resopla achicando ante la propia, donde a menudo se le ve más perdido que Amancio Prada en Eurovisión. Le pasaba a Gelabert cuando recibía, metía la directa y tenía por delante 70 metros de sprint. Lo de Martín se mueve todavía en el terreno de las sensaciones. Una foto de la pareja que ahora forma con Campuzano en la banda pero por fuera, pastoreados por Mario Cotelo en espera de la pizarra de cambios y a falta de 6 minutos, incluido el añadido, refleja bien la temporada y califica a la dirección deportiva.

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