Opinión

Ramón Camino

Vicente, una vida de color azul

Sobre el homenaje al veterano del Oviedo

Decía Jardiel Poncela que "solo unos pocos sueños se cumplen, la mayoría se roncan".

De acuerdo con la frase, que tiene mucho de cierta, aquel chaval de la calle Pelayo tenía muy pocas posibilidades de cumplirlos en el fútbol. Sus pies habían estudiado poca geometría y parecía desencuadernarse en las carreras. Poseía, si acaso, un corazón competitivo, carácter de ganador y una estatura que para la época, y según la visión del Padre Fermín, habría de marcar jerarquía en su futuro, y dar origen al cariñoso apelativo de Vicentón.

Esos sueños debían reservarse a críos, a chavales ungidos, elegidos para la gloria desde su nacimiento, para quienes el balón era parte de su cuerpo, un apéndice y un salvoconducto al éxito. Hablamos de Falín, de Paquito, José María, Prieto, Mata, Cazorla…. Ejemplares únicos, de pies incunables, sacerdotes de cancha, gente que levita, casta de elegidos.

Vicente, el del Tradecol, sabía perfectamente que no pertenecía a esa clase, pero sabía al mismo tiempo que el fútbol reservaba tribuna a quienes, no perteneciendo a esa familia, pusieran de su parte capacidades menos virtuosas pero muy solicitadas en el ensamblaje del colectivo e imprescindibles en la nómina de cualquier club.

Debía pues, aplicar la inteligencia, dimensionar al máximo sus fortalezas. Creó su manual de autoayuda, se proveyó de su kit de supervivencia, construyó su personalidad en una sola pieza, desterró los anatemas sobre sus habilidades y empezó a dibujar el mapa de aventuras que fue su carrera.

Jugó en el Vetusta, hizo un curso de FP en el Langreo, saltó la valla que lleva al primer equipo. Fue primer y segundo entrenador, secretario técnico (Tomás, Berto, Gorriarán, Hicks, Bango) como muestra de su afilado olfato para detectar buenos futbolistas y ahora preside con sobresaliente la Asociación de Veteranos.

No sé que le queda por hacer. Quizás nada, es tiempo de cosecha, de ser reconocido como Hijo Predilecto de su club y de su ciudad. Tiempo de protagonizar un homenaje como el que le acecha.

Es mi amigo y vecino, me relata su vida en el Real Oviedo con la misma pasión que jugaba. Su historia en el club daría para una serie de muchos capítulos exponentes del orgullo, valor y garra, tres términos que podrían haber sido extraídos de jugadores como él, que formó una línea de adosados con Carrete, Tensi y Juan Manuel, gente de temple, de bravura, de genitales amotinados, tipos duros, un grupo de personalidad desdoblada capaces por la mañana de superar con holgura un casting para rodar "Wyatt.Earp" y por la tarde fundar la cofradía de Jesús Nazareno.

La historia le convierte em albacea del Real Oviedo, en depositario de una buena parte de ese centenario tan próximo que nadie ha vivido como él, salvo Juan Mesa, otro fideicomisario de la casa.

No saltó en marcha en aquellos momentos en los que el Real Oviedo esperaba el tiro de gracia, nunca se puso de perfil y vivió de cerca la cocina del Tartiere en intramuros y en extramuros.

Cuando el viernes le rodee el cariño y el respeto, repasará su vida y visitarán sus pensamientos aquellos que le acompañaron en los primeros episodios de la serie. Habrá capítulos para Pombo, "Pin el Mancu", los Mendoza, Quico, Miche, Enrique Casas, cómplices que le escoltaron hasta la valla, hasta Buenavista, su casa después, su tribuna, donde se buscó butaca al lado de los ungidos.

Convirtió la camiseta en un sudario como crédito para mutarse en una leyenda, en un cromo para todas las generaciones pasadas y venideras, una estampa de quien, también hay que decirlo, como futbolista estuvo un poco por debajo de su calidad personal. Con este reto no pudo.

Tracking Pixel Contents