Opinión

El sueño de nunca acabar

Las liturgias y supersticiones futbolísticas hacen especial ser seguidor de un club hasta el punto de que nos creemos partícipes de lo que pasa en el campo

Así fue el recibimiento de la afición al Real Oviedo y toda la previa del último partido de la temporada

Así fue el recibimiento de la afición al Real Oviedo y toda la previa del último partido de la temporada / Fernando Rodríguez / LNE

El domingo pasado, cuando fracasó el conjuro de las meigas en Riazor y se confirmó que tendríamos que jugar el playoff, me empeñé en aleccionar a amigos y compañeros de grada. Había que despedir al equipo con aplausos vikingos, gritos de "sí se puede" o cantando el "Volveremos". Pero nada de caras largas. Temía que los jugadores se contagiaran de la decepción de no subir directos y estuviésemos en desventaja en la promoción de ascenso que arranca este sábado. Debió pensar lo mismo Veljko Paunović, entrenador del Real Oviedo, que actuó de forma similar mirando a cámara en la rueda de prensa post-partido. Tanto Paunovic como yo compramos el tópico de que "el fútbol es un estado de ánimo".

Ese estado de ánimo dicta que son días de sacar la bandera al balcón, de ponerse la camiseta de las ocasiones especiales, de renegar de las pipas en la grada y de adelantar la hora de encuentro en el bar para la previa del partido. Liturgias y supersticiones futbolísticas que son, en parte, lo que hace tan especial ser seguidor de un club. Nos creemos partícipes de lo que pasa en el campo con nuestra actitud. El sueño del ascenso bien merece todos estos rituales oviedistas, aunque por muchos esfuerzos místicos que hagamos, será lo que pase en el campo lo que finalmente dicte sentencia.

Ha sido una temporada rara, marcada por el cruel final de la anterior y la traumática marcha de Luis Carrión. Pese a que el equipo estuvo siempre arriba, en la "liga de las sensaciones" la posición era muy inferior a la del año pasado. Un juego ramplón y una exigencia a veces desmedida nos hicieron dudar en varios tramos del curso. Pero la calidad de la plantilla y el revulsivo de Paunović (que parece un tipo con suerte) nos han llevado a los 75 puntos, 11 más que el curso anterior y cifra que cualquier otro año hubiese servido para subir directo. Lástima que en Oviedo rara vez salen las cosas fáciles. Con 7 victorias y 3 empates en la liga de los últimos 10 partidos de la que hablaba Luis Aragonés, toca superar al Almería. Tan temido como irregular, la baja del pichichi Suárez parece un regalo divino, aunque su plantilla sigue siendo la más cara de la categoría y podría hacerse valer cuando queman las castañas en el playoff.

La palabra playoff está integrada en mi vocabulario desde hace mucho tiempo. Soy uno de esos niños que conoció al Oviedo en el fango de la Tercera División. En esos pretéritos playoffs coloqué Caravaca en el mapa con el primer trauma deportivo de mi infancia (sigo sin entender porque expulsaron a Curro) y tuve pesadillas con Igor de Souza, delantero del Pontevedra. Mi padre vio a Jokanovic, Dubovsky o Carlos Muñoz en el Viejo Tartiere. Yo, en cambio, veneré a Diego Cervero manchado de barro.

Tuve que esperar a la adolescencia para llevarme mi primera gran alegría con el ascenso de Cádiz. Nos acababa de comprar el hombre más rico del mundo. Creíamos que el paso por Segunda División iba a ser efímero y la odisea terminaría pronto. “No saben de lo que es capaz mi jefe”, nos decían. Pero la estancia en la rebautizada como Liga Hipertensiones ya va camino de la década. En esta categoría se sumaron nuevos traumas como aquel gol del Burgos que nunca existió o el batacazo de Cornellá de hace un año, cuando ya estaba engalanada la plaza de América para celebrar el ascenso.

La generación “boomer” (la de los nacidos entre 1946 y 1964) no suele coincidir con la mía en demasiadas opiniones sobre la vida. Aunque en el caso de los oviedistas sí que existe un pacto intergeneracional. Nos reconocen que tenemos mucho mérito. Que es admirable que tengamos esa ilusión tras 24 malditos años sin pisar Primera.

Para la gente que he conocido al vivir lejos de Oviedo, mi cantinela con el posible ascenso azul cada temporada es como el cuento de nunca acabar. Intento mencionarlo lo menos posible para no resultar cansino, pero en semanas como esta se me nota demasiado. Queda esperar (y confiar) en que ese cuento tenga por fin un final feliz.

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