Opinión
Memorias de la desmemoria
En Mareo hay frases motivacionales distribuidas por las estancias (alguna había en vestuarios y pasillos, ya desde la inauguración), como en las grandes corporaciones empresariales que alimentan la competitividad de la plantilla con filosofía a lo Paulo Coelho. En el caso del Sporting, y en concreto de su escuela de formación, ningún aforismo solemne escrito en las paredes estimularía al alumnado aspirante a futbolista como la proyección frecuente de un audiovisual sobre la temporada 2014-15, en el salón principal de la escuela, que es lo poco reconocible que en dependencias de Leorio dejó el último baño de modernidad.
Aquel ascenso a Primera de los Guajes dividió a la parroquia rojiblanca entre jubilosos creyentes, convencidos de que el icónico "goool del Lugo" que hoy hace diez años se escuchó por la radio solo podía ser fruto de un milagro, y resilientes estoicos que al caer la tarde, frente a la fuente de Pelayo, miraban a la pantalla gigante estupefactos, como si el Benito Villamarín fuera Disneylandia. La campaña que diez meses atrás había empezado entre penurias y restricciones y con los peores augurios –un staff técnico de casa y 16 chavales nuevos en el vestuario, reclutas novatos en su mayoría– terminó con un golpe de fortuna en Girona, que los cenizos más empedernidos interpretaron como un ascenso en diferido, olvidándose de echar un vistazo, siquiera de reojo, a la clasificación final de Segunda: 82 puntos en el casillero y dos derrotas en toda la Liga, una de ellas con repaso al campeón Betis en El Molinón.
Para entender el sportinguismo del siglo XXI hacía falta un testimonio sincero y minucioso, audiovisual o por escrito, de lo que en aquel vestuario se coció bajo máxima presión y cobrando con retraso nóminas de Segunda B. De qué pasta estaban hechos los reclutas alistados para ser carne de cañón, que con el capitán Abelardo al frente e instruidos por el sargento Ruiz acabarían tomando la colina al asalto. Cómo se formó por ensalmo aquel pelotón heroico de chavales al que, terminando aún de paladear su conquista, informaba la superioridad de que a la vuelta del verano, con una telaraña en la caja de caudales como la de la nevera de Carpanta, les esperaba en la cumbre un más difícil todavía.
Diez años de la primera temporada del ascenso de los Guajes, que como las series en streaming más aclamadas tuvo dos y fue más divertida la segunda. Con tres remiendos de prestado en un reparto coral, sobresaltos, fuertes emociones y un final feliz como el mejor cine clásico. Y el berrinche de colofón en los foros mediáticos madrileños, clamando por un escarmiento para Marcelino, tan sportinguista él que no mandó al Villarreal a Gijón a salvar al Rayo y al Getafe. No habían transcurrido dos semanas de aquel Disneylandia 2.0 y ya se ultimaba en la planta noble de Mareo la demolición de un proyecto deportivo nacido por generación espontánea. Por eso, si hoy vuelves la mirada al presente y oyes a esa corriente de opinión lamentando entre el desencanto y la desmemoria que "estos de Orlegi van a hacer buenos a los anteriores", calculas que, en efecto, por mal camino no van, pero necesitarían equivocarse durante al menos un cuarto de siglo, trabajando a tres turnos.
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