Opinión
Ignacio sendín
Vergüenza: el adiós en La Calzada
En 1978, Laura Vega del Valle y Luis Avelino Álvarez, en el gijonés barrio de La Calzada, involucraban a las niñas del mismo en la práctica del balonmano, deporte de tradición masculina en la zona oeste de Gijón, dándolo a conocer a las alumnas de los colegios nacionales de dicha zona. Varios entrenadores se unen al proyecto y se forman clubes que se alimentan de las nuevas generaciones procedentes de aquellos centros escolares.
En 1996, la fusión de dos equipos (Club Balonmano Riscar y Asociación Balonmano La Calzada) da lugar al nacimiento del Club Balonmano La Calzada. El mismo vino acompañado de un pecado original. Un inmenso error. ¿A qué vino la creación de un nuevo club de balonmano femenino en Gijón? Si los colegios nacionales de la ciudad, incluido el Lope de Vega y el Lloreu, además del Begoña, Campoamor, Patronato, García Lorca, trabajando cada uno de ellos por separado, estaban dando frutos. Unos frutos que recogió el Deportivo Gijón Balonmano (equipo femenino), que en la temporada 1998-99, dirigido por Falo Méndez, fue el primer equipo asturiano en ascender a División de Honor femenina. Su aparición dentro de la estructura de un equipo masculino fue ciertamente sorpresiva.
Además de lo anterior, el Club Balonmano Gijón había nacido en 1985 con el fin de aunar todos los esfuerzos de las gentes del balonmano femenino gijonés (sic) trabajando la cantera en colegios gijoneses, con éxitos en campeonatos de España categoría cadete (1995 y 1996). ¿Cómo era posible que Gijón tuviese tres equipos femeninos a la vez con un mismo objetivo?
Aquel inmenso error fue imitado por el voleibol femenino gijonés pocos años después, metiendo en una ciudad de 275.000 habitantes a tres equipos (uno de ellos con "apellido" La Calzada) en la máxima categoría del voleibol patrio. Resultado: uno ya desapareció, y los otros dos, vegetan en las ligas menores. Todo esto solo tuvo una explicación: las ansias de convertirse en rey o reina de Taifas.
El segundo pecado de esta surrealista historia es el ir repartiendo mini subvenciones de cantidades procedentes de dineros públicos a reyezuelos/as que aspiran conseguir un mismo objetivo. La división de las insuficientes subvenciones a lo único que ha llevado es a menguar todavía más las esperanzas de realizar una labor deportiva de calidad.
Los entes públicos tienen que exigir a cambio de los dineros otorgados una respuesta eficiente y convincente. Sobre todo, clubes eminentemente democráticos en su dirección, y con una gestión profesional. Clubes reales y no ficticios, sustentados por una sólida base de socios (¡atenta cocina!).
Es muy bonito el obtener para Gijón una Copa de la Reina o ascender a Asobal, pero esto tiene que estar respaldado por una base social representada en un club, que cumpla el doble cometido del deporte de iniciación y de competición, y que haga posible proyectos reales.
Luego está el abandono a la que ha sido sometida la zona oeste de Gijón por parte de las autoridades (todas). Son unos barrios eminentemente deportivos carentes de un pabellón municipal que sirva para algo más que hacer deporte de mantenimiento. Son unos barrios carentes de un pabellón de tamaño medio que acoja al deporte de competición del barrio de categoría nacional, que pueda dar cabida a un buen número de aficionados de los barrios adyacentes, que podrían llegar, a identificarse con sus equipos, al vestir las camisetas de esos clubes….
No entiendo qué ha hecho en estos tiempos jugando en el pabellón de La Arena un equipo con nombre Balonmano La Calzada. O el Telecable Hockey Club, jugando sus partidos en el mini pabellón de entrenamientos, que es el Pabellón de Mata-Jove. No se puede engañar haciéndonos creer que es lo mismo un pabellón para entrenamientos y un pabellón para competiciones.
Total, al final van a cobrarnos el alquiler, y como entrenamos mucho, las subvenciones municipales quedaran con un saldo muy reducido. ¡Genial, economistas de Chicago! Y no se ponen colorados cuando te cobran por entrenar y jugar en mini pabellones de Pinypon.
Y el Molinón, ¿qué?
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