Opinión

Laura Díaz

El semáforo azul

Sobre el trascendental partido por el ascenso

Todo el mundo odia los semáforos en rojo. Todo el mundo menos los enamorados, que aprovechan hasta el último instante antes de acelerar a fondo. No sé a vosotros, pero a mí con este final de temporada me está pasando lo mismo, tan cerca y a la vez tan lejos, saboreando cada segundo. Quizá haya sido la distancia, quizá el volver a la grada dejándote la garganta con otros 25.000 enamorados que comparten tu locura, las previas, o los recibimientos con la piel de gallina entre una nube de aire teñida de azul, pero la realidad es que no quiero que este sueño se acabe, y a la vez quiero que llegue ya el 21 de junio.

Si hay alguien que sabe de esperas, esos somos los oviedistas. Durante 24 años hemos estado parados en el semáforo más largo de la historia, esperando que la luz cambiara y finalmente se volviera azul, y que el destino nos devolviera a Primera, el lugar de dónde nunca debimos haber salido. Y, aun así, nunca perdimos la fe. Nos quedamos mirando el semáforo, con la misma ilusión con la que un niño mira el cielo esperando una estrella fugaz, un deseo que desde la llegada de Paunovic está cada vez más cerca. El serbio ha conseguido un cambio radical de mentalidad en el vestuario, que nadie se relaje, que nadie se venga arriba antes de tiempo y que todos rememos en la misma dirección. No sólo ha devuelto la fuerza en lo mental, sino que ha hecho que el equipo sea un reflejo de la afición: fuerte, estoico e incansable.

Ahora, a un partido de la gloria, ya no queda otra que olvidarnos de los fantasmas del pasado. Atrás quedan Mallorca, Ávila, Caravaca o Barcelona. Es una guerra y el general nos ha llamado a filas, así que toca apretar bien los dientes, pisar fuerte el acelerador y que el corazón llegue donde no lo hagan las piernas; al fin y al cabo ¿qué son 90 minutos más después de 24 años? n

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