Opinión
El dueño y el mago
Sobre Jesús Martínez y Cazorla
Hace casi tres años, el 25 de julio de 2022, Jesús Martínez estaba en su despacho de Pachuca vociferando al teléfono. Hablaba con Tito Blanco, director deportivo del Oviedo por aquel entonces. Gritaba con pasión, analizando este o aquel fichaje. Hacía pocos días que se había materializado la compra del club azul.
Tuve el privilegio de viajar a México ese verano, representando a LA NUEVA ESPAÑA, para entrevistar en exclusiva y conocer de primera mano a Chucho y a sus hombres, que por entonces preparaban su desembarco en Asturias.
Me impactó su vitalidad, su energía, su pasión desbordante. Pero, sobre todo, recuerdo una frase que nos dijo en aquella entrevista, y que repetía con convicción en privado: "Nosotros no vamos a vender humo, vamos a vender trabajo y pasión". Han pasado tres años desde entonces. Ayer, emocionado, decía: "El ascenso del Oviedo es el reto más importante de mi carrera". Y qué razón tenías, Chucho. Cuánto te debe el oviedismo, todavía flotando en la gloria tras este ascenso inolvidable.
Tendemos a exagerar lo propio, a creernos únicos, a pensar que somos diferentes. Pero hay algo especial en este equipo, en esta ciudad. Algo tan potente que logra emocionar y atrapar incluso a quienes, como los hombres de Pachuca, llegaron de tan lejos y ya están en los altares del oviedismo. La emoción de Jesús, de Jesús hijo, de Martín Peláez, de José Ramón Fernández y de tantos otros es hoy la emoción compartida de una región entera. Todos ellos son ya hijos pródigos de Asturias.
El relato azul es sencillamente insuperable: un regreso desde los infiernos, cabalgando sobre la clase y el corazón de Cazorla, con un inconfundible aroma mexicano. "Chamaquito", le decía Chucho al "8", todavía sobre el césped, como si lo adoptara en un gesto de cariño eterno.
Ese abrazo entre el dueño y el mago es la imagen del ascenso. Uno ha cambiado el rumbo del club desde los despachos, con visión y perseverancia. El otro está escribiendo, sin exagerar, una de las gestas más épicas del fútbol moderno. En tiempos fríos y deshumanizados, cuando escasean los referentes de verdad, lo que ha hecho Cazorla se contará de padres a hijos. Tenía poco que ganar y mucho que perder. Y, sin embargo, lo arriesgó todo. Decidió volver. Y en esa decisión, nos devolvió la ilusión.
Las muestras de simpatía hacia el Oviedo, la nostalgia que despertaba su ausencia en Primera, deben ser ahora el combustible para comenzar una nueva era de alegrías. Porque esto –esto tan grande, tan sentido– apenas acaba de empezar.
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