Opinión
Un máster para la vida de la mano de Paunovic
Y de repente, el verde de Asturias se tiñó de azul. Camisetas, bufandas, banderas al viento mudaron la piel de la región, como la noche antes había ocurrido en un segundo con el césped del Tartiere tras el estallido final. La explosión de un cuarto de siglo de espera. La Escandalera, el Ayuntamiento, la ciudad fueron un himno. La afición, un huracán. Sin miedo, sin reproches, sin fantasmas. Un sentimiento de adhesión inexpugnable, un maravilloso misterio inexplicable.

Un máster para la vida de la mano de Paunovic
Sí, el ascenso del coraje, la insistencia, la paciencia ya está aquí. El Oviedo retorna a la mesa de los grandes porque supo resistir, renacer, unirse, profesionalizarse, abrirse sin perder identidad y angustiarse con los suyos. Ha sido una reconstrucción larga, a menudo dolorosa, y siempre impulsada por una fidelidad fuera de toda lógica deportiva. Una inusitada simbiosis con una afición que nunca dejó de ser de Primera.
Las gargantas desgañitándose, las manos rompiéndose en aplausos tienen la textura de los acontecimientos excepcionales e inolvidables. Es fútbol, sí. Pero también parte de la historia emocional de esta tierra que culmina una restitución simbólica: la de pasar la página de la victimización y el fatalismo y empezar a escribir la de la creer firmemente, fieramente, en nosotros mismos y en nuestras posibilidades.
Lo que está ocurriendo es un mensaje contra el derrotismo de esta comunidad que trasciende el deporte. Una victoria de la constancia sobre la impaciencia, del proyecto sobre la improvisación. El Oviedo ha forjado en esta larga travesía un club de verdad, por encima del romanticismo y la autocompasión. Y eso, a largo plazo, es un cambio estructural más decisivo para lograr la estabilidad y un modelo deportivo y económico de éxito que cualquier resultado coyuntural.
El alma azul para la eternidad ya pertenece a Cazorla. Jugando a pesar del dolor, su impacto ha sido determinante en lo psicológico y en lo futbolístico. La edad poco importa cuando persiste la ilusión. Pero este colofón no habría sido posible sin la fe inquebrantable del entrenador. Como si hubiera tenido una revelación divina, Paunovic confió antes que nadie en lo que ya casi ni un solo oviedista veía factible.
Ha sido la suya una lección grandiosa de trabajo, devolviendo la autoestima y el sentido colectivo al grupo, y de humildad, compartiendo el triunfo en un segundo plano con todos los que le precedieron. Con entrega absoluta, nula voluntad de rendirse y una fuerza sin límites. Esa imagen enérgica e impasible debe de actuar en el fondo como el escudo protector de un tipo extremadamente sensible.
Lo que en catorce partidos el profeta serbio mostró al mundo es que lo primero y principal para conseguir cualquier objetivo consiste en proponérselo, aprovechando las propias capacidades. Con sacrificio, sin ambages, siendo equipo y creciéndose en las adversidades. Un máster para la vida misma, vacuna contra el fracaso.
Quedan retos por delante que no serán fáciles: mantenerse en una categoría cada vez más competitiva y desigual en las finanzas, adaptarse al ritmo de la élite, profundizar en la modernización. Viniendo de donde viene y habiendo superado tantos test de estrés, ya nada puede asustar al oviedismo.
El Oviedo conforma una parte esencial del alma asturiana, que regresa de su mano a Primera. Hoy por eso Asturias entera tiene derecho a sentirse un poco más feliz, sumida en la euforia colectiva también con los ascensos anteriores del Vetusta, el Oviedo Femenino, el Avilés y ayer mismo el del Lealtad. Ha sido una temporada pletórica. La próxima tiene que ser completa. Con los que no están.
El 17 de junio de 2001 en Palma de Mallorca, un jugador sentado en el banquillo, cabizbajo, mirando fijamente al suelo, era la imagen del abatimiento. Un Paunovic que llevaba tan solo seis meses en la plantilla sentía el descenso tanto o más que algunos de aquellos que se habían criado en la cantera del Requexón.
Tal era el desconsuelo de aquel espigado delantero, ojito derecho de Antic, que aunque estaba cedido por el Atlético de Madrid se brindó allí mismo, en caliente y en el vestuario, aún teniendo ofertas mejores, a seguir otra campaña en Segunda para devolver el equipo de inmediato a lo más alto. Tardó 8.770 días, pero cumplió. El 21 de junio de 2025 y ayer también hubo lágrimas. Esta vez de alegría. Un hombre de palabra.
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