Opinión
¡Volvimos!
El éxito del Oviedo deja en el olvido demasiadas jornadas de rabia contenida
Escribo estas líneas a horas intempestivas de la madrugada -soy incapaz de conciliar el sueño- y con los ecos aún retumbando en todo mi ser de una jornada que, sin duda alguna, podremos calificar como realmente histórica. Hace justo diez años, en el ascenso a Segunda, dedicaba una de mis columnas semanales en estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA al Real Oviedo. Hoy vuelvo a sentir un irrefrenable deseo de trasladar al papel las emociones vividas. Imposible abstraerme a esa riada de emoción azul desbocada. Una marea de ilusión. De júbilo irrefrenable. De alegría compartida. Por fin quedaron atrás demasiados años de sufrimiento. Demasiadas jornadas de rabia contenida. Demasiado barro y decepción acumulada en esas bufandas azules que ¡por fin! el sábado resplandecían, henchidas de orgullo, cobrándose su particular revancha con la historia. Y con muchas manos oscuras y oportunistas que, como espectros de pesadillas recurrentes, quisieron truncar el sueño que ahora es realidad. Y ante todo quiero que estas líneas sean un homenaje. Un sentido y sincero reconocimiento a esa afición que no se cansó de vagar por los campos de tercera. A esa afición que se empapó de kilómetros para seguir al equipo en sus enfrentamientos con equipos que costaba saber de dónde eran. Permítanme que rinda homenaje a esos jóvenes que dedicaban horas y horas a pintar enormes «tifos». Que no ponían pega alguna en madrugar o a pasar noches en el autobús. Que superaron multitud de decepciones. Es de justicia dedicar estas líneas hoy a toda esa afición que nunca dejó solo al Oviedo. Cuando las cosas van bien, es muy fácil sumarse a compartir lo bueno; cuando van mal, ahí es donde se nota quién te quiere y te apoya de verdad. Un reconocimiento muy especial a todos los Symmachiarii que, entrada reglamentaria en mano, y después de echarse a la espalda cientos de kilómetros, se quedaron en el autobús en Cádiz robándoles sueños e ilusiones; por cierto, mis hijos, hoy felices, entre ellos. A ese Fondo Norte, auténtico motor incansable, partido tras partido, del Tartiere.
Si el Real Oviedo ha vuelto a donde debe, no me cabe ninguna duda, lo ha logrado gracias a su afición que lo ha traído hasta aquí en volandas.
Imposible no recordar a los que se nos han ido en estos años sin ver su sueño realizado, algunos muy cercanos; de alguna manera, estarán unidos con toda esa afición que siempre, siempre fue de Primera.
Qué razón tenía el gran Eduardo Galeano: «El fútbol es la única religión que no tiene ateos». El pasado sábado pudimos comprobarlo.
Enhorabuena oviedistas. La espera ha merecido la pena: ¡volvimos! n
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