Opinión

jaime corrales quirós

Una comunidad azul… un sentimiento azul

Un recuerdo a los que sufrieron los años del barro

No soy un oviedista ruidoso.

Mi padre –mi buen padre–, que no se asentó en Oviedo hasta la adolescencia, asturiano de pura cepa y enamorado de esta ciudad como pocos, me llevó al Tartiere en el 93. Perdimos 1-2 contra Osasuna. Marcó Jankovic. Volvería como socio, y recuerdo con particular tristeza la temporada del descenso de Primera.

Antic y Oli volvían al club. Llegamos al parón de invierno contentos, pero en la segunda vuelta el equipo colapsó. El descenso se consumó en Mallorca.

Un equipo hecho para ascender no lo consigue y, en la segunda temporada en la categoría de plata, nos caemos. Entre el descenso deportivo e impagos, nos vamos a Tercera. La ciudad vivió una crisis con el proyecto del ACF, y la mala gestión abocó al equipo a la desaparición.

Y entonces, en las horas más negras… ese Oviedo que es casa de todos fue la salvación del club. Sid Lowe fue la imagen de un oviedismo universal que hizo que gente de todos los rincones del planeta aportase para salvar a un equipo asediado por las deudas. La llegada del Grupo Carso fue la solución. Con ellos llegó una gestión profesional que nos llevó a Segunda de la mano de Sergio Egea.

Hay que honrar a Pedro Zuazua, a Toni Fidalgo y a muchos otros.

¿Cómo olvidar la noche en que viví el ascenso con un grupo de amigos expatriados en Madrid? El vídeo de unos locos exteresianos cantando ópera en un coche mientras volvían a Oviedo tras ver el ascenso… Recuerdos imborrables de una alegría que tocaba el alma. Yo sé lo que vivieron hasta llegar a ese momento.

Y en Segunda… aquel año de Egea, que parecía lanzarnos a Primera. Los problemas en el vestuario se llevaron por delante a un entrenador que tenía al equipo donde quería…

Nos consolidamos en Segunda. Carso da paso a Pachuca: acierto total. No se consuma el ascenso contra el Espanyol y, en la segunda intentona, Paunovic toma el relevo de Calleja. Veljko… bendito Veljko.

El año de las paradas de Escandell, la racha de Alemão, de Costas y Calvo, cierres atrás. Los golitos de Vidal, los detalles de Paulino y Portillo, el despliegue de Sibo y Colombatto (gracias, Facu). El desborde de Chaira y Hassan, y el emblema que fue Cazorla.

Llega la hora señalada. Nervios. Llavona coge un vuelo desde México; Jaqueti arranca desde Madrid; Pablín vuela el viernes por la tarde desde Mallorca y tiene el vuelo de regreso el domingo por la mañana. Y tantas historias más que no sé…

Yo lo vi en la tranquilidad de un local, con la complicidad de Botas (nieto de Falín), con dos hijos adoptivos de la ciudad como Felipe y Raúl, llegados de Argentina y República Dominicana. Con un luanquín y una carbayona sufriendo con nosotros, con un amigo de Thompson –colchonero hasta el tuétano– empatizando con nuestro sufrimiento. Con Jaqueti y Edu, muriendo con el club de su ciudad, como yo.

Se adelanta el Mirandés. Confié en que nada estaba decidido, pese a las maliciosas bromas de algún sportinguista crecido por méritos ajenos. Empata Cazorla de penalti. Temí que no entrara… pero lo hizo. Nos adelanta Chaira. Temí que el árbitro invalidase un gol que parecía nacer maldito.

Cae el tercero, golazo de Portillo. Abrazo colectivo, todos en torno a Botas, trajeado para una boda y feliz, celebrando el ascenso de su equipo escondido en los aledaños de Uría, con la eterna complicidad de su comprensiva señora.

Salir del local fue nacer a una felicidad colectiva. Oviedo, elegante y limpia, brilla como un zafiro bajo la luz de la luna y las farolas. Petardos, voladores y bocinas por doquier; banderas con ese escudo tan bonito, de colores tan asturianos… Breve paseo hasta la plaza de América viviendo algo histórico. Todos unidos por una felicidad comunal a la que ninguna otra cosa te puede llevar.

Domingo por la tarde. Me encuentro a Carlos, enfermero luanquín que aún está extasiado. Me cuenta cómo su hijo Asur celebró el ascenso. A mí se me dibuja una sonrisa mientras le hablo de la felicidad de Sira y Maya, mis dos sobrinas, la menor de las cuales paseaba el sábado por la costa junto a su abuelo enfundada en una camiseta del Real Oviedo con el nombre de Cazorla.

Carlos es un tipazo, y como me gustan las reflexiones que intentan ir un poco más allá (con mayor o menor acierto), le confieso que lo mejor del infierno que hemos pasado es que hoy somos mejor club y mejor ciudad.

A la gente se la conoce en las malas, y al Oviedo lo salvó su gente. Y durante todo ese infierno vivido, muchas personas jamás dejaron de empujar, sin estridencias, con compromiso. Pienso en Eli, Casas, Barthe, Lago, De Miguel, Juli, Pablín…

A mí me encoge el alma pensar en Cazorlita, pero también en esos furiatos que son más de aquí que la placa al Carbayón de Uría.

Las anécdotas… jugadores sin saber volver a casa, felices en una noche tan dulce como un carajito del Profesor. Melendi preguntando el resultado en mitad de un concierto.

El deporte es ese "no sé qué" tan irrelevante e importante a la vez.

Nadie habría muerto si no hubiésemos subido, pero muchos nos sentimos más vivos acompañando al Real Oviedo de vuelta a Primera.

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