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Opinión

Los árbitros y el Mundial

Siempre he tenido un respeto y cariño especial por los árbitros del fútbol español. Ahí están mis crónicas, mis entrevistas y mi vida como periodista deportivo junto a ellos, donde sigo.

El pasado fin de semana, sin partidos de Primera División, pude disfrutar del Sporting de Gijón-Racing de Santander en directo en El Molinón. También seguí otro partido grande de dos ex de Primera División, el Burgos-Valladolid. Me impactó comprobar cómo aplican las nuevas normas que les han impuesto a los árbitros los que dicen mandar. Ahora, los que llenan las gradas de los campos, cuentan gritando, a coro, cuando el árbitro empieza a enseñarle los dedos de su mano en alto al portero, desde medio campo, para que saque antes de completarse los ocho segundos reglamentarios. Y pite córner si no lo hace. O sea, han conseguido que los hinchas se enfaden dando voces en forma de números durante todo el partido.

No me gustó nada de lo que hizo el sevillano Manuel Jesús Orellana Cid en El Molinón. De principio, a fin. Vi un partido en el que nada parecía normal, por eso Ángel Cabranes le tuvo que dedicar una parrafada aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, como los restantes en sus medios, porque sacó nada menos que cinco tarjetas rojas. En total, nueve tarjetas. Eso sí, no paró de hablar desde el minuto tres. Dicho de otra forma, hizo todo lo que no se tiene que hacer una persona que debe conducir sin alterarse un partido de fútbol, sea de la categoría que sea. El árbitro no está para contar lo que dice el reglamento del fútbol español a los jugadores. Ellos lo saben de sobra.

Pero el Sporting-Racing fue un mal ejemplo. Lo peor pasó minutos más tarde, cuando la televisión se encargó de ofrecer otro gran partido. El Burgos-Valladolid era importante, pero no dramático para que el árbitro madrileño Manuel Angel Pérez sacará, nada más y nada menos, que quince tarjetas amarillas, sí, quince, del minuto 8 al 90. Por algo en el último Mundial pasó lo que pasó.

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