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Opinión

Pedro Allongo

Cuatro meses después

Del júbilo a la crispación tras el retorno a Primera

Ayer, 21 de octubre, se cumplieron cuatro meses desde aquel día en el que el Oviedo volvió al lugar del que nunca debió marcharse: la Primera División. Han pasado apenas 120 días desde que medio país miró al Tartiere con admiración, desde que una ciudad entera se abrazó en lágrimas tras dos décadas de sufrimiento. Cuatro meses desde que el oviedismo volvió a sentirse invencible.

Y, sin embargo, hoy, apenas un verano después, el ambiente es otro. Hemos pasado del júbilo a la crispación, de la unión a la división. Lo que parecía un sueño eterno se ha convertido en un ruido constante, un debate que trasciende lo deportivo y amenaza con romper algo mucho más valioso que tres puntos: la identidad de un club que siempre se levantó unido.

El foco, esta vez, está en el banquillo. Luis Carrión ha regresado a Oviedo, y su vuelta ha encendido sentimientos encontrados. No fue él quien logró el ascenso –ese mérito es de Paunovic y de un grupo que supo creer hasta el último minuto–, pero sí es Carrión quien puso los cimientos del equipo que lo consiguió. Su salida abrupta dejó cicatrices y algunos no le han perdonado haber marchado de la manera en que lo hizo.

El problema es que hemos cruzado una línea peligrosa. La crítica es legítima, el desacuerdo es parte del fútbol, pero el insulto no lo es. Convertir las redes sociales en un campo de batalla, levantar muros entre oviedistas, alimentar bulos o esconderse tras un perfil falso para atacar, no es defender al Real Oviedo. Es todo lo contrario: es dañarlo.

El escudo está por encima de todos. Lo hemos repetido mil veces, pero quizás sea el momento de aplicarlo con coherencia. Nada ni nadie por delante del escudo. Ni entrenadores, ni jugadores, ni dirigentes… Ni siquiera los aficionados. Porque cuando el respeto desaparece, la opinión pierde valor. Y cuando la opinión se convierte en desprecio, deja de ser amor por el club para convertirse en obstáculo.

Hace cuatro meses todos remábamos en la misma dirección. Hoy parece que cada cual rema a su manera, sin darse cuenta de que si el barco se hunde, nos hundimos todos. El Oviedo está en Primera División, y eso debería bastar para recordarnos lo que costó llegar hasta aquí. Quizás sea el momento de recuperar la serenidad, de volver a mirar al escudo y no a los egos. Porque lo que nos une es infinitamente más grande que lo que nos separa.

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