La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historia antigua de la fiesta regional

Los desvelos y sueños de un presidente para que el Día de Asturias encontrase su lugar hasta que se dio cuenta de una realidad

Público presente en la fiesta; en la primera fila, autoridades y, entre ellas, Obdulio Fernández, que era delegado del Gobierno, y Antonio Masip, entonces alcalde de Oviedo. La fiesta se tuvo que suspender por un accidente en la mina de La Camocha (Gijón).

Cuando un 28 de junio de 1984 el que desde un año antes era Presidente del Principado –un individuo joven y voluntarioso que llevaba una extraña barba sin bigote, como si el rostro se asomara a ella– firmó la Ley autonómica fijando en el 8 de septiembre la celebración del Día de Asturias, habían pasado ya demasiadas cosas como para que él pudiera revertir la elección del día (caso de que tuviera intención de hacerlo).

En efecto, en 1980, el Consejo Regional de Asturias, órgano preautonómico, había dictado un Decreto señalando esa fecha para la celebración de una "fiesta cívico-política propia", aunque no expresaba el sitio, que ese año tendría lugar en Cangas de Onís y los dos siguientes en Gijón y Avilés. En 1983, tras las primeras elecciones autonómicas, cuando la celebración migró hasta la misma frontera occidental del antiguo Reino, la Villa de Vegadeo, saltó la polémica. Luego la derecha interpelaría al Gobierno en la Junta, pidiendo que se cambiara la fecha "para que no coincida con la tradicional fiesta de la Santina", tras lo cual se crearía una Comisión Parlamentaria que en enero de 1984 dictaminó que la fecha debería ser el 8 de septiembre, si bien se mostraba vacilante en cuanto al lugar, limitándose a considerar deseable que fuera en "la zona de Cangas de Onís" y, para el primer año, en Arriondas. Visto lo cual, la Junta General, por mayoría, mantuvo esa fecha dejando al Gobierno entera libertad para elegir lugar. El Gobierno fijaría ese año Arriondas.

Así que estaba claro que aquel asunto más o menos simbólico era lo que se conoce por "patata caliente", añadida a una corte de problemas muy reales con los que lidiar, que más que patatas calientes eran verdaderas brasas ardientes, como la reconversión industrial o la del campo. Además, a los medios de comunicación ese tipo de polémicas, con la política y la Iglesia por el medio, les encantaba. El joven y un tanto ingenuo Presidente se iría dando cuenta de que si metía en aquella su barba más de la cuenta podría acabar con ella trasquilada.

En realidad, la elección de la festividad de la Virgen de Covadonga para la celebración tenía todo el sentido del mundo, pues aunque los pueblos astures eran muy anteriores el Reino de los astures (el Asturorum Regnum), este se inicia de modo difícilmente discutible con la batalla y la victoria de Pelayo en aquel lugar. Por otra parte, aunque no se sabe la fecha ni está claro el año, que pudo ser 718 o 722, si tradición y crónicas atribuían la victoria a la ayuda de la Virgen María, tenía cierto sentido que sus administradores terrenales la hubieran hecho coincidir con la fecha convencionalmente elegida como de nacimiento de la Virgen. Además, aunque su intervención en la batalla dependa de la fe que se tenga o no se tenga, como esa tradición estaba dentro de la parte mitológica de Covadonga, no habría motivo tampoco para deshojarla, pues a fin de cuentas la entidad mítica resultante, o sea, la Santina, es bastante más empática que otras de la corte de la Reconquista, como Santiago (en especial en su genuina versión matamoros). Sin olvidar tampoco que además del repertorio ordinario de milagros, la Santina dispensa otros, por así decir, paganos, como la ayuda a encontrar pareja o la potencia goleadora de los equipos de fútbol, realzando la versatilidad del mito hasta convertir la devoción casi en universal en el territorio nacional de Asturias. De hecho, son legión los agnósticos devotos de la Santina e incluso no faltan paganos verdaderos que la veneran en cuanto deidad femenina. Ateos puros de la Santina hay pocos.

Pedro de Silva pronuncia su discurso institucional en el Día de Asturias de 1983 junto a la entonces alcaldesa de Vegadeo, Servanda García. Pedro de Silva

Volviendo a la batalla y al Reino que con ella nace, ¿por qué convocan tanta adhesión de los asturianos?. La razón es obvia, se trata del periodo de la historia en que Asturias, digamos, "fue más por sí sola", algo que un pueblo verdadero nunca olvida. Aunque haya habido episodios o periodos enteros en que Asturias fuera más heroica, o que contribuyeran de modo más decisivo a lo que hoy es, la corte de la monarquía asturiana, que tras rotar (Cangas, San Martín, Pravia) se asentaría en Oviedo, fue la cabeza de un imperio pequeño pero coherente, dotado de una insólita fuerza interior capaz no solo de expandirlo territorial y militarmente, sino de acuñar un arte propio, una cualidad religiosa propia y una historia escrita propia.

Son momentos de "gloria y majestad" (aunque como resulta habitual hayan sido también de sufrimiento para los más) que la tradición conserva para siempre. Luego corte y Reino migrarían al Sur y tal vez no solo por necesidades de geografía política: quién sabe si la plantilla de los antiguos astures, asentados a ambos lados de la cordillera y con capital (primero Lancia y luego Asturica Augusta) no lejos de la que sería León tendría su peso en la memoria. Pero el caso es que el Asturorum regnun ocuparía dos siglos, o sea, nada menos que una décima parte de la Era.

La elección del día de Covadonga tenía todo el sentido del mundo

decoration

Tampoco dejaba de ser entendible que la Iglesia o sus portavoces políticos defendieran un fuero exclusivo y excluyente sobre el lugar, al menos hasta que se dirimiera concordadamente la "titularidad". Esto llegaría con la reforma en 1987 de la Ley sobre el Real Sitio pactada entre el Principado y la Diócesis "como fórmula de encuentro de las autoridades civiles y eclesiásticas a efectos de llevar a la práctica una actuación plenamente coordinada que redunde en la mayor efectividad y exaltación de los valores históricos, religiosos, turísticos y de todo orden en Covadonga". La presidencia rotatoria de su órgano de gobierno –un año el Presidente del Principado y otro el Arzobispo de Oviedo– tenía una carga simbólica evidente. El por entonces un poco menos joven Presidente que propuso al mitrado esta fórmula ya se había dejado bigote, aunque mucha gente, por esa rara inercia de la imagen, lo siguiera viendo asomado a la barba. No faltaron tampoco los que vieron aquel acuerdo, al que contribuyó de forma decisiva el animus del entonces Arzobispo, Don Gabino Díaz Merchán, como otro milagro, si bien de entidad incomparablemente menor, desde luego, que el de Covadonga.

Pero un milagro en condiciones exige cierta notoriedad pública, un aura popular que la Ley de junio de 1987 no tenía, pues la gente suele estar a otras cosas, que en la Asturias de entonces (como en la de ahora) tienen que ver con hacer su vida y hasta con la supervivencia. Y el milagro llegaría en el Día de Asturias de ese año. Hasta entonces, el contexto de la celebración civil se había movido entre la tragedia (el terrible accidente minero en La Camocha de 1983, que aconsejó suspenderla), el conflicto social (las acciones en Arriondas de trabajadores del Naval en 1984) y cierta indiferencia popular (las celebraciones en Mieres de 1985 y 1986). Por una razón o por otra, no había manera de que una celebración que el voluntarismo asturianista del barbado y cada día menos joven Presidente había soñado como "día nacional de Asturias" fuera secundada por un público lo bastante masivo como para no hacerlo despertar del sueño.

Hasta 1987, la fiesta civil se había movido entre la tragedia, el conflicto social y cierta indiferencia popular

decoration

Por eso, aquel 8 de septiembre de 1987 cuando, tras haber asistido por la mañana a la celebración religiosa en Covadonga, viajaba de tarde en coche hacia Corvera, concejo en el que ese año se localizaba la Fiesta (con eventos populares, pero sin discursos), no podía dejar de sentirse inquieto. Y al abordar la curva tras la que se vería el amplio prado en que se celebraba la fiesta popular, su corazón latía con fuerza. ¿Sería un nuevo fracaso de público?.

Un segundo después, al divisar la inmensa masa humana allí congregada, que algunos estimaron en 50.000 personas, la angustia se transformó en alivio y alegría de tamaño natural. Es verdad que el prodigio había contado con la intercesión de un Franco Battiato en la cúspide de la fama, que allí cantaba "Nómadas", pero ¿no se vale acaso a veces la divinidad de instrumentos inesperados?. A fin de cuentas, Battiato no dejaba de ser un místico.

Operado el prodigio, en siguientes ediciones la asistencia volvió a decaer, lo cual resulta lógico, pues un prodigio deja de serlo si se cronifica. El entonces Presidente del Principado, a partir de estas y otras experiencias, llegaría a la conclusión de que el corazón nacional de los asturianos latía con menos fuerza de la que él pensaba y deseaba. Como, no obstante, la identidad objetiva y la autoidentificación subjetiva eran muy patentes, su terquedad, unida a la proverbial afición a construir teorías, le deparó esta: no es que los asturianos carezcan de verdadera conciencia nacional, lo que ocurre es que la tienen tan clara que no ven la necesidad de afirmarla, ni menos aún de añadirle un "ismo"; por otro lado, ese sentimiento nacional convive en su conciencia con el de nacionales de España, a la que aman como se ama a una hija, por más que le reprochen que con frecuencia no mire para su madre y a veces quiera mandarla a una residencia.

Al cumplirse este año (y de nuevo en Corvera) los 35 años de aquella celebración, no resulta impertinente, creo, el apunte personal. La historia es la historia, milagros incluidos.

Compartir el artículo

stats