Próximo, discreto, serio y convencido de sus ideas. Así era José Luis Álvarez Margaride, que me invitó en el otoño de 1995, como nuevo alcalde de Mieres, a visitar la factoría recién inaugurada de Thyssen Norte. En la conversación que mantuvimos me fue describiendo su visión de futuro, de una cuenca central asturiana con una necesidad inmediata de transformación industrial, que paliara, que frenase, el brutal desmantelamiento al que estaba siendo sometida en sus tradicionales industrias del metal y el carbón; que aliviara la sangría, la pérdida tan intensa de puestos de trabajo con otras alternativas, más modestas, pero lo más numerosas posible. En definitiva, que impidiera a nuestros trabajadores caer al inmenso pozo del paro que nos amenazaba, para lo que había que cambiar la mentalidad colectiva de los oficios más tradicionales y modificar el tejido industrial. En la charla y en sus acciones posteriores no se conformó con indicarnos el camino; muy al contrario, se puso al frente como un guía especial y nos mostró el itinerario a seguir con dos modos bien definidos y rotundos.

En primer lugar, siendo asturiano, tumbó la leyenda de que los empresarios de la región son buenos fuera de ella y no tanto dentro. Luchó a brazo partido contra los prejuicios de que los trabajadores de las Cuencas eran conflictivos, indisciplinados y muy reivindicativos, poco formados técnicamente y con la desmoralización propia de una época de desmantelamiento brutal, venciendo las reticencias de los máximos jefes de la multinacional alemana. Con su credibilidad y su prestigio, arriesgando, sirvió de fiador ante sus superiores y el tiempo le dio la razón, tanto que hasta los responsables de la multinacional reconocieron su satisfacción por el rendimiento y productividad conseguidos en Asturias. La primera piedra, importante base de partida, se consolidó.

La segunda alternativa que nos brindó fue la continuidad en su intención de incrementar la inversión, la apuesta por la región, construyendo más factorías del grupo, con diversos socios en el capital, convirtiendo al valle de La Pereda - Baíña en un referente nacional de transformación laboral y social. En las orillas del río Caudal, donde no habían crecido más que árboles de ribera y malos pastos, se fabricaban pasillos rodantes, pasarelas de aeropuertos, escaleras mecánicas y piezas de cajas de cambios de automóvil, que se distribuían a todo el mundo bajo el membrete de: «Fabricado en Mieres».

Nos ayudó en la publicidad de nuestra región, de nuestras malparadas Cuencas, cuando consiguió que Sus Majestades los Reyes de España inaugurasen una nueva instalación, con la consiguiente repercusión en los medios de difusión de todo tipo. Fue insistente, resistente y constante en su propio convencimiento y en el que nos transmitió de que lo imposible, lo que nos parecía imposible, era posible dedicando imaginación, trabajo e ideas. En nuestras gestiones, a la búsqueda de inversores, ¡en cuántas ocasiones nos permitió utilizar como tarjeta de visita la existencia de los asentamientos consolidados de la industria alemana, la que Margaride nos había proporcionado con su decidido apoyo!

Es cierto que Mieres le obsequió con un modesto pero hermoso reconocimiento cuando le otorgó, en el año 2000, el «Distintivo al mérito empresarial» de los «Mierenses del año», acto en el que tuvimos la oportunidad de acompañarle, junto con su esposa Carmen y su hija menor, pero ése y otros muchísimos premios, como la medalla de oro al Mérito en el Trabajo, para nosotros los que vivimos en la Cuenca, tan próximos a su entrega y decidida apuesta por nuestra tierra y nuestra gente, nunca nos parecerá suficiente.

Por todo lo expuesto y mucho más, tanto personalmente como en nombre de los que fueron mis compañeros de corporaciones municipales, quiero mostrar mi gran agradecimiento y admiración por un hombre trabajador, inteligente, atrevido, defensor de las cuencas mineras, de Asturias y de los asturianos, defensa que realizó como solamente un asturiano bien nacido sabe hacer. Por todo ello, nuestra deuda con Margaride será eterna.