Después del «tigre celta», el «lince ibérico». Ni la visión imperial más delirante pudo soñar que España mantuviera en vilo a la Unión Europea, hasta el punto de poner en peligro su continuidad y de amenazar con disolverla. Según se lee en «The Economist», «Zapatero es la clave. Si actúa con agilidad, podría jugar un papel vital para salvar al euro del colapso». Leyendo el comentario del revés, el semanario que no previó la crisis concluye también que el presidente del Gobierno puede hundir la moneda común. En la agenda de los cazadores de presas agonizantes, Grecia, Irlanda y Portugal son trofeos de rango secundario, dado que la suma de sus economías no alcanza a la española. La desaparición masiva de la confianza se produce medio año después de que el problema pareciera resuelto. En realidad, solo se apuntaló un edificio en ruinas. Por no hablar de los dos años perdidos desde el hundimiento de Lehman Brothers. La «refundación del capitalismo», prometida por Sarkozy y jamás materializada, se impondrá a martillazos.

Al igual que la historia, la economía también se repite como farsa, pero el precio se dispara en la reposición. En la ceremonia financiera en curso no se rescatan países, se rescata a bancos que arriesgaron excesivamente en Grecia, Irlanda y subsiguientes. Para redondear la sátira, una parte de las ayudas se extraen de un fondo cuyo propósito original era afrontar «desastres naturales». Siempre puede alegarse que la gestión de la crisis conducía a la catástrofe como desenlace natural. Los mecanismos de salvación fomentan la desigualdad -el único dato económico que se dispara con igual fuerza en tiempos de bonanza o de miseria- y llevan al límite el estrés sobre unas clases medias al borde del estallido. Para colmo, ni siquiera deshacen las paradojas comparativas. España tiene muchos más parados que Alemania, pero también la supera en inflación.

En el caso de que todavía pueda distinguirlos, ¿se fía usted más de su banco o de su país? Y mucho más grave, ¿quién ha permitido que este dilema pueda plantearse? Ya puestos, ¿traicionaría usted antes a su entidad financiera o a su identidad estatal? Camus antepuso a su madre a la Justicia en unas declaraciones, pero al menos no había remuneración de por medio. El escritor E. M. Forster decía que si se veía enfrentado al dilema de traicionar a su país o a un amigo, esperaba tener el valor de traicionar a su país.

Los países se han adelantado, y han desertado de sus ciudadanos para satisfacer a sus amigos banqueros. En el caso concreto de España, permitiendo que alimentaran la ficción de unos activos inmobiliarios sobrevalorados. España duplica en paro a Estados Unidos -que tiene además sueldos más elevados que los españoles-, pero el precio medio de una vivienda es mucho más bajo en Norteamérica.

La confraternización ha permitido que los países mintieran tanto como las entidades financieras -o como las comunidades del PP, para no dar la razón a González Pons- sobre la magnitud de sus deudas. Hasta la fecha prefieren el naufragio a la sinceridad. El cordón umbilical que liga a bancos y estados desde el siglo XIII ha cambiado de sentido. Al margen del futuro de la Europa bancaria, la Unión Europea se descompone entre tentaciones de aislacionismo. Esa humillación complace a los estadounidenses que pilotan los fondos monetarios de rescate y a los británicos que se negaron a enrolarse en el euro.

Pese al encomiable voluntarismo de «The Economist», la salvación de Europa es una tarea descomunal para los debilitados hombros de Zapatero. De momento, España se parece a Irlanda en que dice que no se parece a Irlanda, como los irlandeses aseguraron en su momento respecto de Grecia. Todos los países que han necesitado ayuda empezaron por clamar que no necesitaban ayuda. Ahora que Occidente reproduce en su seno los artefactos de ayuda al Tercer Mundo, también debe aplicarse la regla de que, a la hora de ser rescatado, la picaresca señala que es mejor estar peor. Y aunque los países europeos han renegado de su tradición intelectual -basada en el respeto a las deudas contraídas-, convendrá releer la monumental «Postguerra» de Tony Judt para reflexionar sobre la costosísima construcción de un gigante europeo cuya demolición procede con sobrecogedora facilidad. La crisis empieza ahora.