El 20 de junio de 2007 dos fondos de la compañía estadounidense Bear Stearns declararon pérdidas en el mercado de los créditos «subprime» o «hipotecas basura». Siete días después, Bear Stearns tuvo que acudir a rescatarlos tras haber quebrado. Veinticuatro horas más tarde, el 28 de junio, Rodrigo Rato (Madrid, 1949), director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde hacía sólo tres años, el hombre que desde la Vicepresidencia del Gobierno de España había comandado el boom económico de su país, anunció su renuncia al cargo. Fue uno de los dos mandatos más breves de la historia del organismo. Y ahora amenaza con convertirse en uno de los más controvertidos.

El FMI acaba de reconocer, en una auditoría interna descarnadamente autocrítica, que bajo el mandato de Rato el Fondo fracasó en su misión capital: no supo predecir ni prevenir la más feroz crisis económica internacional en 80 años. Y, aún más, el informe admite que el FMI pervirtió su papel de guardián del equilibrio económico porque bendijo y santificó todas las prácticas perniciosas que condujeron al desastre: desregulación creciente, compleja ingeniería financiera, proliferación de los «hedge fund» (fondos de alto riesgo e inversión libre), aliento del empaquetado y titulización de hipotecas de alto riesgo en los CDO (obligación de deuda colaterizada) bajo la premisa de que contribuían a difuminar el riesgo cuando lo que hicieron fue diseminarlo por el mundo y tolerancia de los vehículos de inversión estructurada (SIV), con los que la banca de negocios sacaba sus mayores riesgos del balance, los ocultaba al supervisor y con ese «aparcamiento» de operaciones podía seguir dando crédito por encima de los niveles de prudencia, alimentando un fortísimo endeudamiento privado y una creciente «burbuja» inmobiliaria.

La durísima auditoría del FMI se ha difundido en el peor momento para Rato: justo cuando más autoridad moral precisa, al frente de Caja Madrid y del tercer grupo financiero de España, para afrontar los crecientes requerimientos de capital que pesan sobre las cajas de ahorros.

La marcha de Rato, que se materializó en noviembre de aquel año, tras el nombramiento del sucesor, fue tan precipitada que apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta. Ahora por las rendijas fluyen los fantasmas que amenazan con perseguirlo.

Su marcha -con una paga vitalicia de unos 80.000 dólares anuales (unos 59.259 euros)- generó desconcierto en el PP, en Aznar (del que fue ministro y vicepresidente económico durante ocho años), en el Gobierno de Zapatero y en la UE, que se habían implicado de hoz y coz en 2004 para lograr su nombramiento y para que un español, por vez primera, accediera a la gerencia, con rango de jefe de Estado, de una de las más importantes instituciones multilaterales nacidas tras la II Guerra Mundial.

Rato no dejó una buena impronta en el FMI. Algunos de los más influyentes diarios de la prensa estadounidense («The New York Times» e «International Herald Tribune») fueron críticos con su gestión ya en 2005 y se hicieron eco del malestar existente en el Fondo por el modelo de trabajo y los continuos viajes de Rato. Se le acusó de estar más pendiente de la política española (tras haber sido descartado por Aznar como su sucesor) que de la economía internacional. En 2004 había impulsado un plan de redistribución del sistema de voto en el organismo para dar más peso a los mercados emergentes y que fue aprobado y elogiado, pero se le afeó que en 2007, cuando se fue, aquella reforma siguiera empantanada. La agencia neoyorquina de información económica «Bloomberg» tampoco fue elogiosa el pasado diciembre con el hacer del político asturiano.

Rato alegó razones personales para renunciar al cargo en pleno estallido de la crisis. Aznar le confió al embajador de EE UU en España (así consta en los cables diplomáticos desvelados por Wikileaks) que su ex ministro se fue del FMI porque la tarea le aburría.

Ahora la creencia de que Rato podría estar aburriéndose en el FMI mientras bajo sus pies se estaba gestando la mayor crisis financiera internacional desde la Gran Depresión puede dañar la imagen de gestor económico eficaz que se le había atribuido tras ocho años al frente de la economía española, que coincidieron con la etapa de mayor crecimiento económico en Europa y EE UU desde los años sesenta.

La auditoría interna del FMI desveló que la dirección del Fondo Monetario Internacional había practicado el silenciamiento de las voces críticas que desde el estamento técnico del organismo cuestionaban los modelos y prácticas económicas que el FMI avalaba como virtuosas y que entre 2007 y 2008 se demostraron catastróficas.

El 23 de noviembre de 2006, en el Colegio de Economistas de Madrid, Rato advirtió de algunos riesgos potenciales, pero en modo alguno notificó síntoma alguno de crisis inminente, y menos de una Gran Recesión como la que se produjo. Ese día proclamó la existencia de fortalezas en la economía. En marzo de 2007, en Mallorca, elogió los «fondos de alto riesgo» y sostuvo: «El panorama es brillante, especialmente en el sector bancario, que se encuentra en medio de un espectacular período de cambio». «Éste es un momento», dijo, «de grandes oportunidades en el sector financiero y en la economía mundial».

En agosto de 2007, dos meses después de las primeras quiebras inmobiliarias en EE UU y del anuncio de su dimisión, Rato aseguró que las turbulencias que se estaban produciendo eran «manejables» porque persistían los sólidos fundamentos de la economía en los países desarrollados y en vías de desarrollo. La conferencia se titulaba: «El mundo crece sólidamente en medio de los temores de los mercados».

Durante 2007 y el primer trimestre de 2008 los informes del FMI, OCDE, Banco Mundial y otros organismos siguieron arrojando pronósticos de crecimiento positivo para la economía española, mientras en España se aseguraba que el poder político ocultaba la crisis. Cuando finalmente sobrevino la recesión, agravada tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 con un colapso financiero supranacional, Rato pasó a defender un patrón completamente distinto a aquel del que había sido abanderado: el 27 de febrero de 2009 sostuvo en Oviedo que «el mercado se equivocó», que el mundo estaba condenado a cambiar de «modelo económico» y que «no toda bajada de impuestos reanima la economía». Aún más, defendió la política de gasto que emprendieron todos los países para salir del atolladero con las recetas keynesianas: «Ésta no es la Revolución de Octubre, pero no tenemos alternativa a la intervención pública». El remedio llevó al actual déficit soberano.