Oviedo, Luis GANCEDO

Asturias, tan pegada al carbón durante dos centurias, entró en el siglo XXI con planes para coger el tren del gas natural y de las energías «verdes», las apuestas tecnológicas que España, tanto con el PP de José María Aznar en el Gobierno como con el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, hizo para modernizar su sistema eléctrico y alcanzar sobre el papel objetivos de la máxima importancia, más en un país con una enorme dependencia energética del exterior: seguridad de suministro, reducción de los impactos ambientales y precios que no dañasen la competitividad de la economía. Según aquellos planes (la llamada «Estrategia energética del Principado 2005-2012»), Asturias iba a tener a la altura de 2012 una planta de regasificación en El Musel que surtiría combustible a al menos seis nuevas centrales eléctricas (ciclos combinados).

La región tiene finalmente dos de aquellas centrales y una regasificadora recién terminada, pero que no funcionará de momento. El Ministerio de Industria considera innecesario un complejo en el que Enagás ha invertido 380 millones de euros que saldrán de la tarifa del gas que pagan los hogares y las empresas españolas. La crisis y los errores de planificación se cruzaron en el camino de las ambiciones energéticas asturianas. En las siguientes líneas se explican las razones que llevaron a la construcción de la regasificadora, los motivos que la mantendrán parada y una aproximación a los costes que ello implica.

l La era del gas. Javier Fernández, hoy presidente del Principado y entonces diputado nacional, fue el primero en hablar de instalar una regasificadora en Asturias. Corría el año 1997 y el parlamentario socialista planteaba para El Musel algo que ya querían para sí El Ferrol y Bilbao: convertirse en una de las puertas de entrada del gas natural en España, alojando una instalación que, básicamente, recibe el combustible que llega en estado líquido (gas natural licuado) por barco, lo almacena en grandes tanques y lo va regasificando e inyectando en la red de transporte (gasoductos) según las necesidades.

España, cuya política energética dependía del entonces ministro de Economía, Rodrigo Rato, apostaba por el gas como ingrediente capital de la dieta eléctrica a través de las centrales de ciclo combinado, llamadas a desplazar a las térmicas de carbón, más contaminantes, y a «respaldar» el avance de la energía eólica. Cuando no soplara el viento, allí estarían para garantizar el suministro los ciclos combinados, más flexibles en su funcionamiento que las centrales carboneras. Era el cambio de era que llegaba en el sector energético, alentado también por la liberalización del negocio de la producción de electricidad.

Asturias trató de tomar posiciones. La filosofía que inspiró el ingeniero de Minas Javier Fernández y que luego asumieron los sucesivos gobiernos del también socialista Vicente Álvarez Areces venía a ser esta: la regasificadora y las centrales eléctricas que presumiblemente llevaría aparejadas darían musculatura al negocio energético asturiano, compensando el declive de las térmicas de carbón y garantizando la producción segura, abundante y con costes adecuados que necesita la industria regional, la más intensiva en consumo de electricidad de España por los procesos productivos de empresas como Arcelor, Asturiana de Zinc o Alcoa.

El asunto requería que la regasificadora fuera incluida en la planificación nacional de infraestructuras energéticas, una decisión de calado técnico y político que garantizaba al promotor el retorno de la inversión y un atractiva retribución. Lo consiguió Galicia en 2001, donde en vísperas de elecciones autonómicas Manuel Fraga Iribarne empujaba mucho en Moncloa en favor de El Ferrol, y lo logró Bilbao, donde el PNV veía el complejo denominado «Bahía Bizcaia Gas» como un paso hacia la «independencia» energética vasca. Asturias perdió aquella carrera, lastrada por el hecho de que entonces no había detrás del proyecto un respaldo empresarial sólido.

El desenlace fue distinto en 2006. Con Zapatero en la Moncloa y el apoyo de Enagás, operadora del sistema gasista y propietaria ya de las plantas de Barcelona, Cartagena y Huelva, la regasificadora asturiana recibió luz verde.

¿Fue una decisión más política que técnica a la vista de los resultados? «Claro que se trabajó políticamente, pero los fundamentos del proyecto eran solventes», recuerda una fuente conocedora de las gestiones de aquellos años. El puerto gijonés reunía condiciones óptimas de calado, seguridad y disponibilidad. Mejores que las de Mugardos, en El Ferrol, con problemas severos para el tránsito de los buques metaneros y con deficiencias en la conexión a la red nacional de gasoductos. «Todas las regiones con fachada marítima iban a tener regasificadora, ¿por qué no Asturias?», comenta el actual consejero de Economía, Graciano Torre.

l El fiasco de los ciclos. Para obtener el sí de Madrid y garantizar la viabilidad económica de la regasificadora, el Principado alentó la instalación de centrales de ciclo combinado. En unos años, las empresas eléctricas llegaron a tramitar hasta una docena de proyectos.