Oviedo, Javier CUARTAS

La tasa de paro sobre la población activa acaba de alcanzar en el último trimestre un nuevo récord en España (25,17%) y ello pese a que se está acelerando tanto la salida al extranjero de españoles demandantes de empleo como el retorno a sus países de origen de inmigrantes que han perdido su ocupación y no ven posibilidades laborales a corto y medio plazo. Pero, pese a este empeoramiento general, la realidad sigue delatando, al cabo de casi cinco años del estallido de la crisis, que no toda España se está comportando de forma homogénea y que, como en el arranque de las dificultades en 2008, y a lo largo de las dos recesiones consecutivas habidas desde entonces, la mitad norte de España -la España con más peso de la industria en su estructura productiva- sigue defendiéndose mejor que la mitad sur y mantiene una tasa de desempleo inferior a la media española.

Este hecho no es fortuito. Esa misma diferenciación entre el Norte y el Sur se reproduce en el contexto europeo, donde es el flanco meridional el más débil de la eurozona y el centro y norte de Europa, el área que mejor se defiende frente a la mayor crisis económica en 70 años.

Ambos hechos delatan la extraordinaria relevancia de los fundamentos económicos, las estructuras productivas, las especializaciones sectoriales y las capacidades formativas y destrezas laborales, y su impacto decisivo por encima de otros factores que se han visualizado como determinantes y sobre los que ha girado con mucho más predicamento el debate económico en estos años.

De las once comunidades autónomas españolas que tienen una tasa de paro inferior a la media española, nueve (todas menos Madrid y Baleares) están situadas en la mitad norte de España y todas (salvo ambas excepciones) tienen un peso industrial superior al promedio nacional. Y de ellas, las dos comunidades con menos paro de España (Navarra y País Vasco) son precisamente aquéllas en las que la industria contribuye de forma más relevante a su producto interior bruto (PIB).

Entre el resto de las regiones más industrializadas, la incidencia del paro no sigue un orden perfectamente sincronizado con la intensidad industrial porque en el fenómeno del desempleo inciden mucho otros factores: desde la competitividad de la propia industria regional, pero también del resto de los sectores, a su grado de apertura e internacionalización, pirámide demográfica, intensidad de los flujos migratorios, natalidad en las décadas precedentes y otros muchos.

Pero sigue siendo cierto, al cabo de más de cuatro años consecutivos de la mayor crisis desde la Gran Depresión, que la especialización productiva y el componente fabril determinan una mayor o menor destrucción de empleo. Y de las ocho únicas regiones en las que bajó el paro en el último trimestre respecto al precedente, siete están situadas de Madrid para arriba, lo que pone de manifiesto que el problema sigue sin tocar fondo en aquellas regiones con mayores índices de desocupación.

La destrucción de empleo en el sector secundario fue mucho más tardía que en otros ámbitos productivos, por su mayor capacidad de resistencia inicial, aunque, como apuntó ayer el profesor Joaquín Lorences en este diario, sea ahora el tercer gran ramo de actividad (tras la construcción y ligeramente por delante de los servicios) que más empleo haya perdido en España en el cómputo global entre el segundo trimestre de 2008 y el mismo período de 2012. Pero la industria no es ajena ni al clima general ni al hundimiento específico de la edificación y de la obra pública, de las que es proveedora de materiales.

De las seis comunidades con una tasa de paro superior a la media española, y situadas todas ellas en la mitad sur, cuatro reciben de la industria una aportación inferior al promedio nacional. Las únicas excepciones son Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana, aunque esta última apenas supera en 4 décimas el promedio de industrialización española.

Incluso esa divisoria de una España partida por la mitad en razón de su tasa de paro, cabría subdividirla en cuatro franjas territoriales casi perfectamente ordenadas, siguiendo un orden gradual de menos paro a más desempleo según se desciende en latitud de Norte a Sur.

Navarra, País Vasco y Cantabria forman el reducto de España menos golpeado por el desempleo (entre el 14,95% y el 15,71%), seguido por una franja integrada -de Oeste a Este- por Galicia, Asturias, Castilla y León, Madrid, La Rioja, Aragón, Cataluña y Baleares, que se sitúan entre el 18,56% y el 22,56%. Por debajo de estas comunidades, el paro supera ya el promedio nacional. Un primer grupo está integrado por Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y Murcia, cuyos desocupados representan entre el 27,97% y el 28,81% de su población activa. Y la ratio alcanza su máxima expresión con las tres regiones que superan el 32% de desocupados: Extremadura, Andalucía y Canarias. Estas tres comunidades más que duplican el paro de Navarra, País Vasco y Cantabria.

España lidera el paro de la OCDE y de la UE como consecuencia de haber generado entre 1996 y 2008 la mayor «burbuja» inmobiliaria de ambas áreas y de haber asistido al posterior desplome de esta actividad, que llegó a aportar el 13,6% del PIB nacional, más del doble que la media europea.

Su hundimiento generó una pavorosa destrucción de ocupación por tratarse de un sector no sólo sobredimensionado sino muy intensivo en mano de obra, y además, y, por lo general, de baja cualificación y, por consiguiente, de difícil recolocación. A eso se añade que el parque o «stock» de viviendas ya construidas y vacías o en proceso de construcción son bienes no susceptibles de exportación a otros mercados y están de forma indisociable ligados a la demanda (interna o externa) en el propio país.

Pero además España tiene un peso industrial respecto a su PIB inferior a la media europea y se mantiene también por debajo del promedio en tecnología, investigación, desarrollo e innovación y también en tamaño de sus empresas. En España predominan mucho más la pequeñas sociedades, que son las que se han demostrado menos resistentes a la crisis y más cuando se trata de una crisis de financiación.