Guillermo Nieto, director de investigación y desarrollo de la empresa asturiana Spectrapply, aplica una especie de pistola con un láser sobre uno de los filetes de merluza de los cuatro que hay sobre una bandeja. En solo unos segundos, en la pantalla de un pequeño ordenador al que está conectado el láser, aparece una gráfica. Aunque se trata de pescado gráficamente Nieto, biólogo de profesión, resume el experimento como que «esto sirve para que no te den gato por liebre». Mediante el análisis de los datos, ideado por la compañía asturiana, se puede identificar qué tipo de merluza es, su origen, y muchas de sus múltiples cualidades. «Es una tecnología muy útil en estos momentos en los que tanto se habla de la carne de caballo», apunta el fundador de la firma, Miguel Ángel Fernández, en alusión a la polémica por la retirada del mercado de hamburguesas y albóndigas de conocidas marcas porque sus productos tenían carne de este animal.

La empresa, asentada en la bioincubadora del Centro Europeo de Empresas e Innovación (CEEI) asturiano en el parque tecnológico de Llanera, se encuentra en plena expansión comercial. «Ayer mismo tuvimos la última videoconferencia con una importante empresa agroalimentaria de Estados Unidos que está interesada en nuestro producto», presume Fernández; es además, el tercer encuentro cibernético que mantienen con la multinacional. «Tienen un problema con un producto que los trae locos y lo quieren abordar con urgencia», resume Fernández sin desvelar más detalles.

Spectrapply nació en mayo de 2011 fruto de la colaboración que Miguel Ángel Fernández, ingeniero químico de formación, mantenía con el Servicio Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario (Serida). «Buscaban una persona para llevar a cabo un proyecto comercial y así fue como empezamos», apunta. La idea era clara: mejorar los niveles de calidad de algunos productos agroalimentarios.

Para conseguirlo, Fernández y Nieto trabajan con un sistema denominado espectroscopia de infrarrojo que, según señala el fundador de la compañía, consiste en poder llevar «el laboratorio en una maleta». «Este sistema para la industria agroalimentaria supone mejorar su control de calidad, su control de seguridad alimentaria y poder diferenciar productos, tres atributos fundamentales para el sector». Partiendo de estudios previos, los investigadores de Spectrapply comenzaron a hacer sus propios desarrollos para intentar aplicar novedosas soluciones para las necesidades de esta industria.

Tanto Nieto como Fernández provienen del sector naval, donde habían dedicado sus últimos años de actividad tras trabajar para una multinacional noruega en la que se dedicaban a vigilar los controles de calidad.

Los primeros pasos en su plan del negocio lo dieron gracias al CEEI, que les ayudó en la captación de ayudas y les dio un techo para su laboratorio. También aseguran que mantienen una estrecha relación con el Instituto de Desarrollo Económico (IDEPA) y la Asociación de Industrias Cárnicas del Principado (Asincar), con la que colaboran de forma constante «sumando sinergias».

Uno de sus últimos trabajos fue para la asturiana Congelados Basilio, en el que su objetivo era distinguir entre varias muestras de merluza a qué variedad pertenecían. Así la compañía se asegura que está adquiriendo verdadera merluza del mediterráneo, por ejemplo, y no de otro origen de diferente calidad. Spectrapply trabaja a la carta dependiendo de lo que pida el cliente: la compañía crea los algoritmos necesarios para poder analizar la muestra y llegar a predecir lo que le piden, generalmente, in situ, en la sede de la empresa, viendo el entorno donde está la comida.

La biotecnológica acaba de iniciar el proceso de comercialización de su producto. Semanalmente los miembros de la compañía visitan empresas, ferias o mantienen videoconferencias con potenciales clientes. «Por el momento», reconoce Miguel Ángel Fernández, «la receptividad que nos estamos encontrando es muy buena». Su objetivo apunta alto: hacia las grandes empresas de agroalimentación que tienen capacidad para hacer inversiones en investigación y desarrollo, y quieren mejorar su competitividad.

La agroalimentaria es el plan de negocio por el que optaron desde sus inicios, pero la compañía está también volcada en una solución a problemas del campo biomédico. En concreto, buscan ser más precisos a la hora de poder predecir un infarto. «Esta tecnología es capaz de analizar materia orgánica, como un alimento o la sangre humana. Al final no se diferencia mucho un filete de ternera del que se quiere saber su contenido en grasa de un tumor del que quieres detectar un biomarcador determinado», explica Fernández.

El desarrollo más avanzado en este campo es el de la predicción de infartos de miocardios. «En cuestión de segundos se puede ayudar a salvar la vida de una persona, ahora mismo los «kits» analíticos que hay en el mercado tardan unos minutos en identificar esta enfermedad. Todo ese tiempo que se gana es muy interesante», destaca Guillermo Nieto, «además se trata de equipos que se pueden trasladar» lo que facilita aún más el diagnóstico.

Los avances en agroalimentación, reconocen desde la propia empresa, han ido mucho más rápido que los del campo médico. Para este desarrollo, Spectrapply está colaborando con otra compañía asentada en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), Healthsense, que son quienes les permiten el acceso a las muestras de sangre que necesitan para desarrollar el proyecto. Ahora los investigadores están tratando de calibrar la fiabilidad de su sistema de predicción con el mayor número de muestras, y lo más heterogéneas posibles.

Según sus estimaciones, la comercialización de este novedoso productos no podría empezar hasta dentro de un año o año y medio. Pese a ello, la compañía ya se ha apresurado para solicitar una patente que les reconozca como los creadores de este sistema, lo que les da tiempo para poder elegir el mejor camino para poder comercializarlo. La innovación y la calidad unidos y avanzando de la mano les da el sello de garantía.