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El laborismo pasó del anti al pro europeísmo, y la derecha hizo el viaje inverso

El presidente de la República Francesa, Charles De Gaulle, se opuso a la incorporación del Reino Unido, temeroso de que actuase como "caballo de Troya" dentro de la Unión al servicio de los intereses de su aliado EE UU.

La otra resistencia vino de dentro: la reticencia de algunas minorías del Partido Conservador (en general, proeuropeo) y el rechazo del Partido Laborista, de Hugh Gaitskell, opuestos en ambos casos a la pérdida de autonomía de su país. El ala más izquierdista del laborismo vio además en el proyecto europeo un propósito de imponer los valores hegemónicos del capitalismo.

El veto de De Gaulle a Reino Unido se repitió en 1967, cuando el laborista Harold Wilson, con su partido dividido entre pro y antieuropeístas, solicitó de nuevo la entrada con el propósito de recobrar, mediante su asociación a la CEE, parte de la influencia internacional perdida por su país. Los dos vetos sucesivos fueron humillaciones que alimentaron el sentimiento de desconfianza hacia Europa.

La retirada de De Gaulle en 1969 y el ascenso de George Pompidou abrió la puerta a la integración británica en 1973. Lo hizo con cuatro peticiones: mantener su estatus especial de relación con los países de su antiguo imperio (Commonwealth), que la CEE fuese un espacio de libre comercio y no el embrión de un proyecto de unión política, que se le eximiese de soportar la onerosa carga de la Política Agraria Común (PAC) -que consumía el 75% de los recursos europeos y apenas podía beneficiar a Gren Bretaña por el escaso peso de su sector agrario-, y el blindaje de sus caladeros de pesca a la incursión de otras flotas europeas.

El primer referéndum. El fracaso negociador -sobre todo en las dos últimas exigencias- generó un enorme malestar en la sociedad británica y esto, sumado a que la entrada en la CEE se produjo coincidiendo con el estallido de la mayor crisis económica desde la II Guerra Mundial (el primer "shock" del petróleo, en 1973), indispuso aún más a una sociedad que identificó el paro, la inflación y el declive de su tradicional industrial pesada, con la pertenencia a la CEE.

De modo que en 1974 el primer ministro conservador que negoció la incorporación, Edward Heath, fue castigado en las urnas, y el Partido Laborista se hizo con el Gobierno en medio de una fractura interna en la formación que el nuevo primer ministro, Harold Wilson, intentó resolver -como ahora el conservador David Cameron- convocando un referéndum. En la consulta del 5 de junio de 1975 la permanencia en la CEE ganó con el respaldo del 67,2% de los votos emitidos. Aunque la controversia entre los laboristas pervivió hasta los años 90, la cuestión quedó zanjada. De momento.

Thatcher. Margaret Thatcher, que era secretaria de Educación en el Gobierno conservador que en 1973 firmó la entrada en la CEE, hizo campaña en 1975 por la permanencia. Entonces -a la inversa que ahora- los conservadores eran los eurófilos y los laboristas, los euroescépticos, aunque todos participaban de la resistencia -con mayor o menor grado- a las cesiones de soberanía y a que el espacio de libre comercio y de libre circulación de bienes y capitales pudiese derivar hacia un estado centralizador.

Thatcher se encumbró como líder conservadora y primera ministra en 1979 con el lema "Quiere mi dinero de vuelta". En 1984 logró su objetivo y la CEE reconoció el cheque o "ticket" británico que permite al Reino Unido reducir su aportación presupuestaria a la Unión por el escaso beneficio que obtiene de la PAC.

Fue la primera excepción. Siguieron otras. En 1985, el Reino Unido se mantuvo al margen del Convenio Schengen, que permite la libre circulación de personas de terceros países y supone una política común sobre visados, derecho de asilo e inmigración.

Las políticas liberalizadoras y de desregulación financiera de Thatcher (lo que se llamó el "big bang"), que comenzó en 1986, y los contundentes planes de reconversión industrial de sectores productivos básicos, en parte obsoletos, supusieron una transformación del tejido productivo británico, de modo que el país promotor de la Revolución Industrial entró en una dinámica de desindustrialización a la vez que el país desarrollaba un potentísimo sector financiero en torno a la City.

Esta especialización, que devolvió a Londres su hegemonía -tras Nueva York- en los mercados mundiales de capitales, agudizó la diferenciación entre los modelos que se propusieron alguna vez como prototipos antitéticos: el capitalismo anglosajón y el renano. Algunos de los desencuentros más recientes entre Londres y Bruselas derivan de esta divergencia. La industria aporta el 27% del empleo alemán; el 22% de la UE y sólo el 15,8% de Reino Unido.

A partir de 1988, laboristas y conservadores intercambiaron sus posiciones sobre Europa. Los conservadores pasaron a ser euroescépticos cuando Thatcher, en Brujas, pronunció su proclama contra el "federalismo" europeo, y los laboristas vieron en la llamada "Europa social" y en el liderazgo del socialista francés Jacques Delors al frente de la Comisión Europea un amparo frente a la revolución neoliberal de Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en EE UU. Las nuevas posiciones se consolidaron cuando la primera ministra británica pronunció en 1990 su famoso "No, no, no".

Su sucesor, el también conservador John Major, mantuvo la estrategia de más mercado pero no más integración: una unión "más amplia pero no más profunda". Reino Unido apoyó la entrada de los antiguos países comunistas del Este, lo que se interpretó como el afán de ampliar el espacio para diluir la capacidad interventora de las instituciones europeas sobre los Estados miembros.

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