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La Asturias que innova

La palanca que ayuda a rodar

La empresa gijonesa Moveker diseña y patenta una silla de ruedas que puede hacer más distancia con menos esfuerzo y reduce el riesgo de lesiones

Antonio Parra y Susana Pascual con dos de sus sillas. ÁNGEL GONZÁLEZ

Arquímedes presumía de que con un punto de apoyo y una palanca podría mover el mundo. Con dos palancas, dos ingenieros asturianos han conseguido un objetivo más modesto, pero importante para mucha gente: mejorar la movilidad de las sillas de ruedas. Aunque ellos mismos tratan de huir de esta última definición porque, aseguran, lo que producen va más allá de una ayuda para las personas con discapacidad. Prefieren llamarlo vehículo. Susana Pascual y Antonio Parra, ambos formados en la Escuela de Ingeniería de Gijón, fundaron hace dos años la compañía Moveker, dedicada a fabricar unas novedosas sillas para discapacitados que quieran sentirse especialmente activos.

Buscaron que el mecanismo fuera sencillo, fácil de utilizar, cómodo y que, además, tuviera efectos positivos sobre la salud. Lo consiguieron. "Queremos llegar a gente activa y con ganas de comerse la vida, que aunque tenga problemas en su día a día tenga vitalidad", asegura Pascual.

El germen de todo el proyecto fue un concurso que convocó la Universidad de Oviedo allá por 2006, bajo el título "Diseño y discapacidad". Ni cortos ni perezosos decidieron presentarse. Y arrasaron gracias al proyecto de un triciclo que funcionaba con palancas y pedales. Se llevaron los 500 euros del premio. "Pensábamos que podría ser un vehículo útil para niños con distrofia muscular", apunta Parra. La idea fue floreciendo y creciendo y, tras darle unas vueltas, acabó transformándose en las sillas actuales, que fabrican en una oficina del campus de Viesques, en Gijón.

"Tras el premio teníamos el gusanillo de hacer más cosas, pero sabíamos que en aquel momento no teníamos la capacidad profesional para desarrollarlo", destaca Susana Pascual. Entonces, decidieron darse un tiempo y seguir formándose y trabajando en otras empresas mientras la idea seguía madurando poco a poco en sus cabezas. El momento llegó hace un par de años. A partir de ahí decidieron dedicarse en cuerpo y alma a mejorar este sistema de palancas para el manejo de la silla de ruedas. "Nos pusimos a hacer toda la labor de ingeniería de pruebas y demás", explica Parra. Y dieron el paso de patentar el diseño. Eso les permitió lanzarse con mayor tranquilidad a la comercialización, algo en lo que llevan desde finales del año pasado.

Centraron sus esfuerzos en vender su producto en España. "Si hubiéramos tenido más valor y más perspectiva quizá deberíamos de habernos lanzado a por el mercado de Estados Unidos, porque allí tienen otro tipo de mentalidad", señala Pascual.

La silla permite ir mucho más rápido que las convencionales, hacer más distancia con menos esfuerzo y adoptar unas mejores posturas que evitan las lesiones en hombros y muñecas que, defienden los ingenieros, producen las otras. "Al manejar las palancas utilizas unos músculos de la espalda o de los brazos", explica Parra. Para corroborar estos supuestos beneficios biomecánicos de su invento, la empresa está haciendo pruebas en la Universidad de Extremadura. Los resultados, apuntan los ingenieros, no pueden ser más positivos. "Al hacer el desarrollo con las palancas permite que la silla sea más pequeña que las convencionales, es mucho más maniobrable", destaca Pascual.

Convencidos de que el producto que tienen entre manos tiene unas grandes posibilidades, sus creadores participaron hace unos días en la mayor feria del sector de la rehabilitación, que se celebra en Dusseldorf (Alemania). El viaje fue una odisea, aseguran. Para financiarlo tuvieron que recurrir a una plataforma de "crowdfunding" (micromecenazgo). Lograron recaudar 7.200 euros, ligeramente por encima del objetivo inicial. "Lo preparamos con una ilusión tremenda porque vimos que encajaba con la imagen de la empresa, pero nos llevó una cantidad ingente de trabajo", resalta Parra. Consiguieron el dinero, alquilaron una furgoneta para llevar sus sillas y se metieron entre pecho y espalda 1.600 kilómetros de viaje para llegar a esa localidad alemana y otros tantos de vuelta. "Nos colocaron frente a la mayor empresa del sector, ellos tenían un stand enorme y nosotros uno pequeñito", asegura Pascual. Pero les fue bien.

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