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Otra globalización, otro proteccionismo

El progreso siempre viene por la superación y no por el enrocamiento en paradigmas antiguos

Otra globalización, otro proteccionismo

Durante las últimas décadas, la internacionalización de la economía ha permitido a millones de trabajadores en Asia y otros lugares del mundo mejorar sus condiciones de vida, ha abaratado los artículos de consumo en los países desarrollados y ha ampliado los beneficios de las empresas multinacionales.

Quizás por ello, el viejo concepto de proteccionismo, entendido como una restricción artificial de la competencia encaminada a favorecer las industrias nacionales obsoletas e ineficientes ha llegado a considerarse anticuado, y economistas, empresarios y políticos de todo el mundo se han apresurado a rechazar los planteamientos proteccionistas que subyacen tras algunos fenómenos políticos recientes como el Brexit o la elección de Donal Trump.

Sin embargo, asumir sin matices el actual modelo de globalización ya no solo como algo positivo, sino incluso inevitable, nos impediría entender, y por lo tanto afrontar, los enormes problemas sociales, políticos e incluso medioambientales que está generando.

Aunque es cierto que el comercio suele traer consigo importantes mejoras en la eficiencia y estimula el crecimiento económico, la internacionalización de la economía no ha beneficiado a todos por igual. Existen, como casi siempre, ganadores y perdedores, dependiendo del camino elegido. El modelo actual de globalización económica, basado en una progresiva desregulación que facilita la libre circulación de capitales y mercancías, ha ejercido una enorme presión sobre todos los instrumentos de que dispone el Estado para apoyar a las clases medias y proteger a los más desfavorecidos.

Y esto es así porque en el nuevo mercado global la competencia no se circunscribe exclusivamente, tal y como sería deseable, al ámbito de la eficiencia organizativa, la tecnológica o la calidad; sino que afecta a todos los elementos que tienen alguna incidencia sobre los beneficios y los costes, como la normativa medioambiental, las condiciones laborales o el sistema fiscal. De esta manera, la globalización ha conseguido que lo que entre finalmente en competencia sean las propias regulaciones nacionales y los sistemas de protección social. El resultado ha sido una reducción progresiva de la capacidad de los gobiernos para regular la economía y recaudar los impuestos con los que garantizar la igualdad de oportunidades y financiar los servicios públicos fundamentales.

Pero el actual modelo de globalización no afecta exclusivamente a los instrumentos del Estado, sino también a sindicatos y trabajadores, que han visto cómo la permanente amenaza de cierre y deslocalización deterioraba progresivamente su capacidad de negociación. En consecuencia, desde finales de los años 70, la participación de las rentas del trabajo en el producto nacional se está reduciendo de manera generalizada en todo el mundo, especialmente en los países desarrollados.

Gracias a la globalización, el capitalismo ha logrado escapar del control del Estado democrático, el único que le había puesto coto de una manera provechosa y eficaz, para campar nuevamente libre en un mundo sin reglas, sin más enemigo que sus propias contradicciones.

En este nuevo escenario, la derecha ha encontrado argumentos con los que apuntalar su discurso, ya que la globalización ha reforzado la idea de una aparente incompatibilidad entre competitividad económica y protección social. Sin embargo, la socialdemocracia, carente de instrumentos eficaces, ha ido rebajando progresivamente sus objetivos sociales sin articular en paralelo un discurso alternativo, confundiendo así a su electorado y perdiendo el apoyo político del que antes gozaba.

Pero Europa todavía tiene algo que proteger, y no debemos resignarnos. Podemos y debemos condicionar la libre circulación de mercancías y capitales al establecimiento de unos mínimos en cuanto a derechos laborales, transparencia fiscal, respeto al medio ambiente o protección social. Las medidas arancelarias no tienen por qué ser diseñadas necesariamente como un elemento proteccionista destinado a obstaculizar el comercio en perjuicio de la eficiencia económica, sino que su establecimiento o eliminación puede utilizarse como un estímulo con el que fomentar el progreso social y la protección del medio ambiente por parte de nuestros socios comerciales. De la misma manera, avanzar en una nueva fiscalidad global nos permitiría afrontar conjuntamente algunos de los principales desafíos mundiales.

En definitiva, aunque estoy entre los que piensan que la globalización ha venido para quedarse, también creo que otra globalización es posible, como lo es otro concepto de proteccionismo. El progreso siempre viene por la síntesis y la superación, y no por el enrocamiento en paradigmas antiguos. Hoy el reto es sintetizar un nuevo modelo de globalización que pueda ser gobernada en beneficio de todos, de la misma manera que la socialdemocracia permitió repartir entre todos la capacidad de creación de riqueza del capitalismo.

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