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Las nueve horas del ingeniero Figaredo en lo alto del castillete

El empresario fallecido este martes fue retenido por cuatro sindicalistas en 1978, una acción que marcó el devenir del pozo mierense y dejó huella en la historia de las movilizaciones mineras

El castillete del pozo Figaredo. FERNANDO GEIJO

Era el 2 de noviembre de 1978 y por Figaredo (Mieres) ya comenzaba a hacer frío. En lo más alto del castillete del pozo de esta localidad mierense, a unos cincuenta metros de altura, cuatro mineros y sindicalistas de CC OO retenían en contra de su voluntad al ingeniero José María Figaredo Sela, empresario fallecido este martes en Oviedo a los 93 años de edad y que por entonces era copropietario e ingeniero-director de Minas Figaredo. Cuando ya habían pasado algunas horas en lo alto de la torre, alguien desde abajo preguntó, a grito pelado, a los sindicalistas si necesitaban alguna cosa. Pidieron unas mantas, unas manzanas y un transistor. El día se preveía largo.

Aquel "secuestro" pasó a la historia de la movilización obrera regional y marcó el devenir el pozo. La explotación mierense vivía esos días una situación de enorme tensión. Los obreros llevaban dos meses sin cobrar y, denunciaban los sindicatos entonces, el economato se negaba también a adelantar alimentos si no se abonaban previamente. El pozo había ido reduciendo su producción y el bajo precio de venta del mineral fijado por el Gobierno no alcanzaba para hacer rentable el negocio. El involuntario protagonista de aquella historia, José María Figaredo Sela, pasó nueve horas en lo alto del castillete debatiendo con quienes le retenían sobre el futuro de la instalación y fumando, primero de su paquete y luego cigarrillos que le prestaron sus imprevistos acompañantes.

El empresario, miembro de una de las principales estirpes industriales y financieras del último siglo en Asturias, acabó retenido en el castillete aquel 2 de noviembre después de que fallara el intento de los sindicalistas que protagonizaron la acción (Avelino García, luego secretario general de la minería de CC OO; Laudelino Andrade, Luis Argüelles y Florentino Vidal) de bajarlo a la cuarta planta del pozo para iniciar un encierro. La maniobra la impidió Inocencio Figaredo, hermano del ingeniero y director administrativo de la explotación, quien desde su despacho vio cómo los mineros forzaban al ingeniero para que los acompañara y dio orden de cortar la corriente de la jaula para frustrar el encierro. Pero el grupo no desistió, cambió de planes y se encaramó en el castillete.

La tensión se había desatado en una reunión previa entre los sindicatos y la dirección de la empresa, en la que estuvo el propio José María Figaredo. En el encuentro, el tono de los sindicalistas fue en aumento ante la falta de soluciones para la explotación, condicionada por la política carbonera del Gobierno de entonces. Durante la discusión, los mineros llegaron a plantear un encierro en el pozo y, según algunas versiones, invitaron al ingeniero a participar. La tirantez se disparó y acabó con el directivo retenido contra su voluntad.

Tras las nueve horas en las que estuvieron encaramados en lo alto del castillete, los sindicalistas decidieron poner fin a la protesta ante la expectativa de que abajo, donde les esperaba un despliegue de la Guardia Civil, las cosas se pusieran más feas aún. A las ocho de la tarde liberaron al empresario. En la caña del pozo los sindicalistas, envueltos en las mantas que habían pedido, se encontraron con los agentes de la Benemérita que los trasladaron hasta el cuartel y, de allí, directamente a la cárcel. Pasaron un mes entre rejas y fueron suspendidos de empleo y sueldo durante veintidós meses.

En sus declaraciones ante el juez, según recogen los cronistas de la época, los sindicalistas manifestaron que aquella acción había sido espontánea y que era un intento desesperado por llamar la atención sobre la crítica situación que sufrían las 1.600 familias que dependían de aquella explotación.

El destino de Minas Figaredo cambió meses después. En diciembre, la compañía solicitó una regulación total de empleo y al poco la familia vendió su parte al Estado por un precio simbólico. El pozo que dirigió José María Figaredo Sela y antes su padre, el también ingeniero Vicente Figaredo Herrero, pasó a manos del Instituto Nacional de Industria en 1980. Cerró en 2007, tras haber sido integrado unos años antes en Hunosa.

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