La Bolsa de Nueva York marcó ayer un nuevo récord en su carrera alcista. El vetusto índice selectivo Dow Jones, que agrupa a los 30 mayores valores industriales y es el principal indicador de Wall Street, alcanzó -y rebasó- por vez primera en sus 120 años de historia los 20.000 puntos.

La remontada bursátil en EE UU, aun con altibajos desde entonces, comenzó a partir de 2009, con Barack Obama en la presidencia de la nación, con Ben Bernanke al frente del banco central (la Reserva Federal) y con la economía estadounidense dejando atrás la recesión. El 13 de octubre de 2009 el Dow Jones (el índice bursátil creado por tres periodistas en el siglo XIX) recuperó la cota de los 10.000 puntos, que el selectivo había alcanzado por primera vez a mediados de 1999. Ayer dobló ese nivel y cerró en 20.068,51 puntos.

La cota simbólica de los 20.000 puntos refleja siete años consecutivos de recuperación económica (EE UU no incurrió en la segunda recesión como Europa) y denota la fase avanzada del ciclo en la que se halla la mayor potencia del planeta.

A ello se ha sumado el "efecto Trump" desde el 9 de noviembre y la retirada incipiente de estímulos monetarios por la Reserva Federal (Fed).

La subida de tipos son antitéticos de la revalorización bursátil, pero no cuando aún siguen (y parece que seguirán durante algún tiempo) en niveles históricamente bajos. Desde diciembre los tipos rectores de la Fed están entre el 0,5 y el 0,75%, y la tendencia alcista de la inflación (2,1% en 2016) aún los reduce más en términos reales. Por consiguiente, las tasas de interés aún no son suficientemente disuasorias como para no apostar por la renta variable, mientras que sí es un incentivo salir de la renta fija ahora que el gradual repliegue de las políticas monetarias expansivas aboca a la pérdida de valor de los bonos.

La lenta subida de tipos de la Fed delata la progresiva normalización de la inflación. Pero además casi todas las promesas electorales de Donald Trump son potencialmente inflacionarias en grado sumo. Esto explica que los tipos de interés del mercado de deuda estén marcando el camino al banco central: los inversores exigen altos rendimientos a los bonos públicos y corporativos para protegerse de la pérdida futura del valor del dinero. Esto ha empinado la curva de tipos en los tramos largos y la Fed está yendo a rebufo de esa tendencia.

La Bolsa es un buen refugio ante un escenario inflacionario mientras el IPC no se descontrole en exceso. La renta variable es aún más atractiva a corto y medio plazos cuando el presidente Trump ha prometido un chute euforizante de estímulos fiscales (rebajas impositivas, aumento del gasto en defensa y plan de magnas obras públicas) y medidas proteccionistas, todo lo cual favorece a las empresas (otra cosa será el efecto a largo plazo), y más a las dependientes de la demanda interna. Estas medidas, junto con la anunciada deportación de inmigrantes, los estímulos a la repatriación de beneficios societarios y plantas industriales, y la prometida desregulación financiera, alientan la expectativa de ganancias, de crecimiento del PIB (Trump aspira a un alza del 4%) y de la inflación.

Todo esto ha llevado a un aumento del apetito por el riesgo, con la rotación de las carteras desde la renta fija (que amenaza con pérdidas a medida que suban los tipos) hacia la variable y, dentro de ésta, desde los valores defensivos hacia los cíclicos. El objetivo es aprovechar la ola y derrotar a la inflación, y más cuando el leve repunte de tipos y el alza del precio del crudo benefician a bancos y petroleras, cuya cotización pondera mucho en los parqués.

Pero tras siete años de crecimiento del PIB y del empleo, y con el Dow Jones en 20.000 puntos, no es descartable el vértigo propio del mal de altura. De momento Trump prorrogará el efecto optimista hasta que inversores y analistas empiecen a reparar en los efectos nocivos del proteccionismo, el riesgo de una elevación del déficit y de la deuda, los costes del dólar muy apreciado, el daño de la inflación si finalmente se desmanda y la eventualidad de una subida acelerada de tipos para impedirlo. Para desencadenar el correctivo podría bastar que se produzca una recogida de beneficios.