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ANÁLISIS

Los que miran la etiqueta

El desigual crecimiento de las clases medias en el mundo

La OCDE tiene una aplicación en internet mediante la cual uno puede saber, tras responder varias preguntas, si pertenece a la parte rica de la población de su país, a la pobre o a la de clase media. El resultado suele sorprender, porque hay cierta propensión a considerarse erróneamente clase media; a menudo, y singularmente en algunos países, los ricos tienden a subestimar su nivel de prosperidad y los pobres a sobrestimarla. El de clase media es un concepto un tanto confuso, pero para hacer una prueba más rápida y menos sofisticada que la de la OCDE se puede utilizar un texto reciente del economista mallorquín Juan Tugores, quien define ese cuerpo social como el formado por aquellas personas que disponen de cierta holgura económica por encima de las necesidades básicas, aunque sin llegar a alcanzar la abundancia que les permitiría "comprar sin mirar la etiqueta del precio".

En el mundo hay cada vez más personas que viven con cierta holgura económica y que a la vez siguen mirando las etiquetas. Un estudio reciente sitúa en las clases medias a 3.200 millones de personas, el 42% de la población mundial, y añade que su número crece a razón de 160 millones de individuos al año. Pero ese fenómeno no es uniforme. La gran mayoría del crecimiento de las clases medias procede de Asia, del desarrollo de China y de India, principalmente. El avance es más modesto en otras latitudes emergentes (África y Latinoamérica), en tanto que en Occidente se apilan los indicios de que las clases medias se han debilitado y de que crece la desigualdad y la polarización en el reparto de la riqueza, como acaba de señalar sobre el caso español la OCDE.

Lo de España tiene mucho que ver con la explosiva destrucción de empleo que se produjo a partir de 2008 y con la recuperación poco inclusiva que aprecia el mismo organismo multilateral. Muchos españoles que antes de la crisis se sentían clase media gracias a sus trabajos creados por la economía con burbujas de la década precedente y gracias a sus hipotecas por el 120% del valor de la casa siguen en buena parte hoy en el infierno del paro de larga duración o sobreviven con salarios misérrimos.

La Gran Recesión golpeó con dureza a un grupo social que en Occidente han sufrido también padecimientos derivados de una globalización con perdedores (aquellas partes de las clases medias que han visto minoradas sus rentas por la competencia en costes de los países emergentes o por los daños colaterales del cambio tecnológico) y ganadores (aquellos que, sobre todo en Asia, han podido dejar atrás la pobreza para engrosar las clases medias que se multiplican en sus países).

Ambos fenómenos tienen consecuencias radicales. Como ha dicho el escritor venezolano Moisés Naím, las nuevas clases medias de los países emergentes, más numerosas, educadas, influyentes y con poder adquisitivo, tienen expectativas y niveles de exigencia crecientes que presionan a sus gobernantes. En Occidente, y particularmente en Europa, el desgaste de las clases medias es el de los cimientos del modelo político y social que, con el consumo como motor económico, procuró estabilidad y progreso durante décadas. Una erosión que deja el terreno fértil para la xenofobia, los nacionalismos excluyentes, los "Brexit", los Trump, los Le Pen y otras malas yerbas.

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