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Las crisis financiera y crediticia

Una concentración bancaria a lo Jack Revell

Con la toma del Popular por el Santander, el sector sigue reduciendo los operadores y el grupo cántabro se implica en la digestión por los bancos sanos de las entidades dañadas

Una concentración bancaria a lo Jack Revell

Oviedo, Javier CUARTAS

La intervención y expropiación del sexto banco español, el Popular, por las autoridades regulatorias europeas y su venta por un euro al Santander, y las tensiones especulativas bursátiles que se desencadenaron de inmediato sobre el menor de los bancos cotizados, Liberbank, han puesto de manifiesto que, superados los aspectos más crudos de la crisis, la economía española sigue expuesta a sobresaltos por la percepción de vulnerabilidades susceptibles de tomas de posición por quienes realizan plusvalías generando desplomes de cotización y minusvalías ajenas.

La fase de recuperación económica en España y Europa, la acción protectora y balsámica de la política extraordinaria de ofensiva monetaria del Banco Central Europeo (BCE) -que mantiene amortiguada la prima de riesgo y los tipos de interés pese a la inacabada expansión de la deuda pública- y los progresos realizados en el saneamiento de los excesos crediticios e inmobiliarios en los que incurrió el sistema bancario español entre 1998 y 2008, han atenuado los efectos -que en otro momento hubiesen podido ser más dramáticos- tras el derrumbe controlado de la sexta institución del sistema financiero de la cuarta economía del euro.

La existencia de un actor de la magnitud y fortaleza del Banco Santander, y que además era el único que casi no había desgastado sus fuerzas en la magna operación de digestión de entidades problemáticas -como sí hizo el resto de sus competidores desde 2010-, facilitó una solución rápida y nacional al Popular, y además sin el concurso de los ingentes desembolsos públicos del pasado reciente, lo que, en caso contrario, e incluso en las actuales circunstancias de bonanza y calma chicha, hubiese podido reabrir tensiones soberanas por más que el Popular no fuese un lastre análogo a Bankia ni por tamaño ni por sus necesidades de capitalización y saneamiento.

Bajistas. Los inversores bajistas, que hicieron fortuna derribando al Popular en Bolsa, intentaron no soltar la presa de España y aspiraron a repetir la estrategia promoviendo fuertes volatilidades que desencadenasen reacciones de miedo de los depositantes, ya sea con el más liviano de los bancos cotizados por tamaño o con cualquier otro que ofrezca algún flanco susceptible de ser esgrimido como vulnerabilidad aparente o real.

Nueve años después de la crisis financiera de 2008, y de ingentes desembolsos públicos y privados, los episodios de intervención de bancos europeos de referencia (sea el Popular, la Banca Monte dei Paschi di Siena u otros) evidencian que los sistemas financieros deben seguir saneando sus balances y restablecer su operatoria sobre bases más sólidas y prudentes en la asunción de riesgos sin asfixiar por ello la incipiente recuperación con la vuelta a la restricción crediticia.

Este difícil equilibrio, en el que deben atenderse objetivos aparentemente contradictorios, será vital para avanzar en el reforzamiento de unos sistemas financieros vigorosos y para progresar al mismo tiempo en el impulso del PIB y el empleo del país. Ambos objetivos están intrínsecamente vinculados en la medida en que Europa aún no ha sido capaz de desarrollar una unión bancaria que facilite las fusiones transfronterizas, por lo que persiste la elevada dependencia entre bancos y economías nacionales.

La solución que se aplicó a la crisis bancaria española reforzó la vía nacional. Sólo hubo un caso (el de las antiguas cajas gallegas, ahora Abanca) en que un grupo financiero extranjero (aunque con accionistas de origen español) se hiciese cargo de su reflotamiento y continuidad.

En los demás supuestos, han sido los escasos grupos financieros supervivientes de la hecatombe los que han tenido que asumir -junto con la movilización de abultados recursos públicos- las instituciones y grupos dañados, forzando con ello una acusada concentración bancaria.

Santander. Sólo el Santander, el mayor de los bancos españoles, se había librado de la encomienda. Cumplió formalmente con las autoridades con la absorción en 2013 de Banesto, que tenía dificultades, pero en realidad ya era un banco filial suyo, que dominaba en el 73,45% desde 1993. Por lo tanto, fue el día 7, con la anexión del 100% del Popular, cuando el Santander ejerció su cuota de contribución al salvamento del sistema financiero español.

El terremoto financiero español se desencadenó cuando la restricción financiera internacional de septiembre de 2008 pinchó la "burbuja" inmobiliaria y crediticia nacional, y esto arrastró a la banca por su doble exposición al sector de la vivienda, que entró en caída libre, y a los mercados mayoristas de financiación internacional, que se cerraron a cal y canto de forma súbita.

La sucesión de intervenciones y rescates financieros disparó la deuda pública, y esto agudizó la crisis soberana. El Gobierno tuvo que pedir el rescate financiero en 2012 y acelerar el proceso por el que desde dos años antes las entidades juzgadas como sanas fueron sutilmente invitadas a asumir los lastres generados por los grupos financieros averiados.

Fusiones. BBVA se quedó con las tres cajas integradas en Cataluña Caixa y las tres agrupadas en Unnnim; Caixa Bank asumió Caixa Girona, las cinco cajas unidas en Banca Cívica, Banco de Valencia y Barclays España; Sabadell integró al Banco Guipuzcoano, CAM, oficinas de Caixa Penedés, Banco Gallego y Lloyd's Bank España; Popular absorbió al Banco Pastor; Unicaja se anexionó a Caja Jaén y Banco Ceiss (Caja España y Caja Duero); Kuxabank incorporó a Cajasur; Ibercaja se hizo cargo de las tres cajas que habían constituido Caja 3; y Liberbank se responsabilizó de CCM, que había sido adjudicada a Cajastur. Bankinter y Banca March, con perfiles de negocio y clientela específicos, no entraron en la danza, que hubiese desvirtuado sus modelos diferenciados de negocio, y Bankia y BMN (resultantes de fusiones de cajas) fueron estatalizados de forma mayoritaria.

La operación, sobre la que existen opiniones divergentes, reprodujo el modelo que se aplicó en España entre 1987 y 1999 con la crisis de grandes bancos privados, y que fue una réplica demorada de el gran derrumbe de entidades pequeñas de 1977 a 1985, que afectó a 56 de los 110 bancos entonces existentes en el país.

Revell. El método que se usó desde 1987 se inspiró en el famoso informe que el Banco de Vizcaya había encargado al economista británico Jack Revell, en el que este prestigioso especialista planteó que los grandes bancos españoles sanos (Bilbao, Vizcaya, Santander y Popular) se hiciesen cargo de los dañados (Central, Banesto e Hispano).

El "informe Revel", que se aplicó entonces -aunque no en sus términos exactos por la resistencia numantina de los colosos con problemas-, inspiró desde 2010 la solución española a la crisis reciente, en la que esta vez -y a la inversa de lo ocurrido en los años 80 y 90- fueron más las cajas que los bancos afectados.

La integración de entidades malas con buenas (y, en algún caso, como Bankia, malas con malas) exige una digestión difícil y a veces prolongada. El Popular, con sus propios problemas por su incursión tardía en la "burbuja", no pudo finalmente con la suma de su lastre más el que asumió cuando absorbió al Banco Pastor, y esto pese a las tres ampliaciones de capital que acometió por 5.455 millones entre 2012 y 2016.

El final abrupto del Popular -cuando el Gobierno había dado tiempo atrás por felizmente zanjada la crisis financiera- y los ataques especulativos inmediatos que se abalanzaron en Bolsa sobre Liberbank hasta que se prohibieron -o los que pudieran producirse sobre cualquier otra entidad- evidencian que queda trabajo por hacer, y más en un país que generó una de las mayores euforias crediticias e inmobiliarias del mundo y que aún arrastra un abultado endeudamiento privado. También ponen de manifiesto que el fortalecimiento y el saneamiento bancarios no son tanto una tarea inconclusa como un cometido dinámico que siempre estará sin terminar.

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